Cayó del cielo y convirtió su infierno en refugio
Fue un 24 de diciembre de 1971 cuando una joven de tan solo 17 años “cayó del cielo”, para vivir una extraordinaria aventura que además la llevaría a encontrar su vocación y un propósito de vida.
Juliane Koepcke se había graduado de la preparatoria y viajaba con su madre, desde Lima a Pucallpa para encontrarse con su padre, quien las esperaba en la Estación Biológica Paguana, ubicada en la selva de Huánuco para pasar la Navidad juntos.
Fue difícil conseguir boletos para el vuelo 508 de LANSA, que viajaba entre Lima e Iquitos con escala en Pucallpa. Los pasajeros llevaban postres, regalos y estaban ansioso por llegar a su destino. Todo marchaba bien, pero, 25 minutos antes de llegar a su destino el avión comenzó a sacudirse generando el pánico de todos, pues la aeronave se dirigió directamente hacia una tormenta eléctrica.
La voz de una azafata expresó: “Señores pasajeros les informamos que la zona de turbulencias que estamos atravesando se debe a una importante tormenta sobre la selva Amazónica. Abróchense los cinturones”.
“Hubo una fuerte turbulencia y el avión se movía arriba y abajo. Maletas y paquetes caían de los compartimentos. Salieron volando regalos, flores y pasteles”, detalló Juliane a la BBC.
Un rayo hizo explotar el avión y comenzó a caer estrepitosamente, desde su asiento, Juliane pudo ver rayos alrededor del avión. El temor se apoderó de la joven y solo pudo aferrarse a la mano de su madre, no podían emitir palabra alguna. El entorno era caótico, gritos y diálogos que nadie entendía mientras los absorbía la incertidumbre.
Finalmente, en cuestión de minutos el avión explotó y cayó a 3,200 metros de altura en plena selva amazónica peruana.
Juliane estaba encadenada al asiento cuando éste se desprendió del fuselaje, lo que pudo salvarle la vida. Según una de las investigaciones posteriores, el centro de gravedad del conjunto pasajero-asiento determinó la posición protectora durante la caída sobre una ladera muy tupida y densa unos 2 kilómetros por debajo del avión. La inclinación de la montaña acompaño la trayectoria (efecto trampolín de esquí) y el asiento sirvió de coraza para mitigar los latigazos de las copas de los árboles.
Al siguiente día la joven despertó sentada en su asiento, como iniciando otro viaje, pero, esta vez, al mundo de la sobrevivencia. Al abrir los ojos se encontró con una escena dantesca. Había tres cuerpos a su alrededor, otros colgaban de los árboles, hierros, asientos, ropas y maletas desparramadas por la selva, humo, mucho humo.
Estaba completamente sola, tenía un ojo cerrado por el golpe de la caída mientras que el otro apenas podía abrirlo, tenía la clavícula fracturada y un corte profundo de la pantorrilla, herida avanzó entre la espesa selva, decidió seguir el canto de unos pájaros porque sabía que la guiarían hacia un arroyo, que desembocaría en un río.
“Yo era una adolescente muy protegida, en realidad todavía niña, lo que para mí era básicamente importante, para mí rescate, mi salvación era que ese bosque era totalmente igual que el bosque que yo conocía. Antes, había vivido año y medio con mis padres en la Estación Panguana y el sitio donde cayó el avión estaba a unos 50 kilómetros en línea recta de Panguana, así que era el mismo medio ambiente”, relató para el diario El Comercio de Lima, Perú.
Al cuarto día halló más rastros del avión, la imagen de ese momento es quizá uno de los recuerdos más crudos del accidente. Debido al impacto de la caída tres mujeres terminaron un metro bajo tierra junto a sus asientos, solo se les veían las piernas. Entre los restos encontró una bolsa de caramelos que le sirvió de alimento.
“En las noches oscuras, completamente sintiéndome como estar en otro universo, me sentí como si fuera la única persona en todo el mundo”, dijo la sobreviviente.
En el día Juliane a veces escuchaba el sonido de las hélices de los helicópteros del Ejército que realizaban las tareas de rescate del vuelo LANSA 508, pero, cuando alzaba la mirada no lograba ver algo.
Al décimo día del accidente ya no escuchó nada y creyó que ya todo estaba perdido para ella.
“Yo perdí muchas veces la esperanza, pero, siempre dije voy a salir voy a hacerlo, voy a lograr salir de aquí”, expresó en un documental.
Las horas avanzaban y Julian estaba cada vez más débil, tenía una herida en el brazo derecho, infectada y con gusanos. La bolsa de caramelos se había acabado y había sobrevivido sólo con agua.
“Desde un principio yo supe que es un medio ambiente que para mí no es un infierno verde eso era muy muy importante, saber que el peligro ahí no es así, como se dice siempre que uno ve por todas partes animales que lo quieren comer a uno”, aseguró la ahora bióloga.
Después de 11 días la encontraron, Juliane caminó siguiendo las quebradas después el Río Shebonya, encontró una pequeña choza donde esperó y después la salvaron unos madereros.
2 de enero 1972 “Unas voces de ángeles confundieron de nuevo. Eran tres cazadores y madereros que casualmente venían a cobijarse a su refugio. Al verme tirada ahí, medio desnuda, famélica, piel a jirones y regada por la lluvia me confundieron con ‘La diosa del Agua’ un ser mitológico que poblaba las leyendas y fábulas de la zona. Como tal me trataron, proporcionándome los primeros auxilios, comida, abrigo… Tras 10 horas de navegación en su canoa, alcanzamos el puesto de salud, donde me inyectaron los primeros antibióticos y me extrajeron los más de 70 gusanos escondidos bajo mi piel. De ahí partimos a la estación misionera donde pasé tres largas semanas recuperando cuerpo y ganas. ¡Gracias!”, expreso Koepcke.
Julian jamás olvidará esos días, hizo de su infierno un refugio. Su odisea, muestra de resiliencia y valor le hizo hacer una promesa.
“Me juré cuando yo salgo de eso hacer algo de mi vida que no sea por gusto, he sido salvada por Dios y por mi propio ánimo también y las fuerzas que no sé de dónde han salido, desde ese día yo sé, desde ese tiempo, yo sé que es posible sacar fuerzas que uno tiene y no sabe que se tienen”, aseguró.
Julian Koepcke fue la única sobreviviente de los 92 pasajeros del vuelo 508 de LANSA. Tras la experiencia que cambió radicalmente su vida la bióloga prometió continuar con el legado de sus padres para la conservación de la biodiversidad en la selva peruana, este año se conmemorarán los 57 años de la creación de la Estación Biológica Panguana.
Asumió la responsabilidad por ese medio ambiente que salvó su vida. Ella, quiso conservar la selva y cuidarla, como ésta la cuido a ella, la orientó y le salvó la vida.
Ahora, Panguana es un modelo para la combinación de conservación, investigación científica y proyectos sociales con la población local sobre todo con la población vecina indígena.
La increíble historia de supervivencia de Juliane dio la vuelta al mundo y fue motivo de numerosos artículos en la prensa internacional.
Se hicieron dos películas sobre esta impresionante historia de sobrevivencia. Los milagros todavía ocurren (Miracoli accadono ancor) de Giuseppe Maria Scotese en 1974 y Alas de la esperanza (Wings of hope) de Werner Herzog en el 2000.
Además, la bióloga Juliane Koepcke compartió su travesía con el mundo entero en su libro titulado Cuando caí del cielo.
Por: Adela Ramírez
Editora: Socorro Juárez