Alteridades | Alcurnia
Quien se encuentre dominado por el estatus y sus implicaciones, estará eternamente atrapado/a por el código postal, la situación económica y, en no pocas ocasiones, por el apellido… En efecto, hasta nuestros días llegan esas prácticas oligarcas y aristocráticas que relacionan alcurnia, prestigio social y situación socioeconómica con el apellido.
Es una práctica importada desde Europa donde apellidos y blasones fueron moneda corriente y no son pocos los países que todavía viven bajo sistemas monárquicos donde la aristocracia todavía tiene vigencia y suele relacionar cargos nobiliarios con apellidos. Y, aunque duela, es una de las marcas más claras de una sociedad colonizada como la nuestra, que vive presa de semejantes anacronismos.
Como se dice en el libro “El modo de ser aristocrático. El caso de la oligarquía chilena hacia 1900” (2007) de Ximena Vergara Johnson y Luis Barros Lezaeta, “el apellido señala invariablemente a la descendencia de algún conquistador o encomendero, de algún oidor o mayorazgo, de algún miembro del Cabildo o antiguo propietario de la tierra y vecino fundador de alguna ciudad o pueblo. Es decir, apunta siempre a alguien que, por una u otra razón, se destacó socialmente y consiguió para sí la estima de los demás. (…) Y al prestigio original va sumándose el prestigio que hayan podido lograr sus descendientes, así va donándose el apellido hasta convertirse en una especie de titulo de nobleza”.
Para qué negarlo, en México, pero especialmente en la sociedad poblana, es algo que sigue pesando. Es frecuente que en conversaciones aparezcan frases como “sí, claro, ella que es de los fulanitos”… o “¡sí, acuérdate, Roger que es de los perenganitos!” -dicho, por supuesto, con el cantadito poblano por excelencia, alargando las palabras y con tono, digamos, fresón-.
Claro, mencionarlos en una conversación implica que quien lo hace, los conoce y se codea con ellos. Ojo, será importante que el apellido sea de origen europeo, judío o libanés (de los de las telas y cristianos, ¡obvi!) y que suene exótico, pero ¡acá, bien de alcurnia, faltaba más! Y qué decir de los memes “¡qué naco que tu apellido sea flores y tengas cara de epazote!” ; “apellidos nacos, empiezo yo: Pérez”; “Total, ni quedaba tu pinche apellido con el mío”.
Indudablemente estarán fuera de la mezcla alcurnia-dinero-prestigio los apellidos nahuas, mayas, mixtecos o de cualquier otra identidad originaria; o los que, aunque de origen español, por ser tan comunes, cuentan millones en su haber.
El asunto está en lo que nos dicen Vergara y Barros, que por “muy de cliché que sean las imágenes de obrero o de campesino, de aristócrata o de burgués, de empresario o de burócrata, todas ellas dejan entrever que el sentido común percibe la existencia de modos de pensar y de obrar condicionados socialmente”.
A estos elementos le sumamos el apellido y esa lógica social y cultural con tintes racistas y clasistas y tenemos el México que busca por todos los medios discriminar al otro.
Poco importa su trabajo, poco su talento o su inteligencia: habrá entrado a algún puesto de trabajo por su apellido – o así se lo harán saber sus allegados para restregarle su propia cuna y adjudicarse el hecho – o no lo habrá hecho por su falta de apellido pertinente. Como se vea, estamos fritos. ¿Y tú eres persona o eres un apellido? Cuéntanos en los comentarios.




