Clasismo

Es mes patrio y es buen pretexto para hablar de nuestra identidad. Para eso, ahí les van unas frases que dicen mucho de nuestro país, nuestra identidad y, por supuesto, de quien las pronuncia: “ahora resulta que una chancluda me viene a taconear”; “no tiene la culpa el indio, si no el que lo hizo compadre”; “para una mujer de rancho, un hombre de sombrero ancho”; “esa gata es una igualada”. ¿Lindas no?
Todas ellas hablan de algo profundamente ligado a nuestra identidad: el clasismo. Nos enfatizan que existe una clara diferenciación social donde cada persona tiene un “lugar” predeterminado por su nacimiento. Al igual que el racismo, se trata de un fenómeno introducido en nuestras sociedades a través de los procesos de conquista y colonización de nuestro continente.
Y tal como lo menciona Paco Gómez Nadal en su libro “Indios, negros y otros indeseables. Capitalismo, racismo y exclusión en América Latina y El Caribe” (2017), el “peligro de analizar la realidad indígena o afrodescendiente sólo desde la variable étnica es que simplifica -desde el culturalismo- un cuadro complejo en el que entran las variables de clase, género, territorio o conflicto, es que homogeneiza y universaliza una categoría (lo ‘indígena’ o lo ‘negro’), que si bien ha tenido una utilidad a la hora de generar cohesión de cara a las luchas de resistencia, instala un discurso que de forma paradójica también genera exclusiones internas”.
Dicho lo anterior, es necesario enfatizar que, al menos en nuestro continente, la idea de clase usualmente va de la mano con las de raza, género, de progreso y de civilización en contraposición con la de barbarie. En algunos países europeos, por ejemplo, la clase no necesariamente va ligada al color de piel, son otros los factores que se ocupan.
Sin embargo, en México, la clase sí que viene relacionada de manera inmediata, al menos en nuestra mente, con el color de piel, el código postal y hasta el género. Y sí, no te hagas, te vino alguna imagen en este sentido de inmediato a la cabeza.
Lo vemos todo el tiempo desde el humor construido en la televisión y el cine, con personajes que refuerzan la verticalidad social expresada en la clase; lo vemos constantemente en comidas y reuniones familiares donde el estatus de un pariente viene dado por su matrimonio con alguien de “nuestro” nivel o el “descaro” de la vecina, cuyo origen es inferior, por querer “igualarse” a nosotros, son la tónica de chismes, burlas y señalamientos.
De tan cotidiano que es, el clasismo se normaliza y establece, desafortunadamente, muchas de las relaciones sociales que nos rigen. Como se ve, el clasismo tiene que ver con aspectos como lo social, lo político, lo religioso y, lo económico.
Por ejemplo, el sistema económico que nos ha regido desde hace años, el capitalismo, se ha sustentado de manera decisiva en la categoría de clase. De hecho, en su versión más agresiva en el presente, uno de sus mecanismos más exitosos es la denominada “meritocracia”, que se sostiene en la falacia de que el pobre es pobre porque quiere ya que no se ha esforzado lo suficiente para ser rico.
De esa manera, se ignoran deliberadamente las terribles condiciones de pobreza y marginación que históricamente se han impuesto a la enorme mayoría de mexicanos.
Por tanto, en este espacio denuncio el clasismo como lo que es: un poderoso aparato de orden social impuesto por el sistema y que ha acompañado de forma sólida la construcción de nuestra identidad mexicana. Por tanto, hay que decirlo claramente: México es racista, misógino, homofóbico y, por supuesto, clasista. ¿Y tú, qué tan clasista eres?