¿Racismo a la inversa?

En la entrega anterior concluimos que México es un país racista. A raíz de eso y de lo acontecido en la marcha en contra de la gentrificación hace unos días en la Ciudad de México, hubo quien comentó en mi columna que también había que hablar del “racismo a la inversa” que viven algunos güeros en nuestro país, incluyendo aquellos gringos, europeos o de cualquier otro lado, cosa que se vio en la marcha; también me compartieron experiencias diversas donde marchantes les cobran más a algunas personas por ser blancos, fenómeno que ya he escuchado en otras ocasiones. Pero ¿existe el racismo a la inversa? No, y aquí te voy a explicar el porqué.
Primero que nada, como bien se dice en el blog Iceberg, es necesario decir que cuando hablamos de racismo “nos referimos a la constante e histórica perpetuación de conductas excluyentes, de negación de derechos y de desvaloración e invisivilización de la violencia que viven las personas racializadas por sus características físicas y culturales para acceder a derechos básicos y oportunidades. ¿Crees que esa exclusión pueda suceder hoy por hoy en nuestro contexto hacia las personas blancas?” Francamente no. El racismo, lo reitero, fue una construcción social elaborada por Europa para justificar la explotación de sus colonias, sus recursos, a sus habitantes, tanto las poblaciones originarias, como a aquellas traídas de África en calidad de esclavitud. No hay un sistema de explotación en este sentido hacia las personas blancas, no al menos, si atendemos a su “raza”.
Para Federico Navarrete, sí, el autor de “México racista, una denuncia”, libro que citamos la entrega pasada, sólo que ahora en el artículo “La blanquitud y la blancura, cumbre del racismo mexicano”, publicado en La Revista de la Universidad de México en 2020, el asunto gravita entre dos conceptos: la blanquitud, por un lado; y la blancura, por el otro. La primera, la blanquitud, según Navarrete, citando a su vez a Bolivar Echeverría, “no es un atributo racial en sí mismo, sino una forma de ser, de comportarse, una identidad cultural, o un ethos”. Es el fin último del capitalismo, focalizado en el triunfo individual, en la “la acumulación de capital y de conocimientos, en la búsqueda personal del ascenso social y del prestigio”. Nuestro modelo económico, político y social privilegia estos “triunfos personales”, lo cual denominamos meritocracia. Para Navarrete, en nuestra Historia, como la de toda América Latina, primero en la colonización, como en el desarrollo de los estados nacionales, tal blanquitud se ha adherido a los procesos de mestizaje y a las ideas de Modernidad. Por tanto, la blanquitud se asumirá con independencia de si uno se considera blanco o mestizo. Ahí es donde se ubican hoy los que comúnmente han sido denominados Whitexicans. En nuestra historia, por ejemplo, Benito Juárez asumió esta postura y se blanqueó en consecuencia.
“La blancura, en cambio, -nos dice Navarrete- sí está vinculada de manera clara con el color de la piel y la apariencia física: es la idealización del fenotipo ‘blanco’ o ‘europeo’ como ideal de belleza o prestigio, o como emblema de superioridad social”. Por tanto, como vemos, esta “condición” habrá de dar sustento al discurso aspiracional racista que es la base de la blanquitud.
¿Qué quiere decir esto? Que la “pigmentocracia”, es decir, un dispositivo de poder, control y estátus social basado en el color de la piel sigue siendo la tónica de relaciones personales, laborales, vecinales y un largo etcétera. Por tanto, el que a alguien por su blancura, le cobren más en el mercado no es un tipo de racismo, sino una consecuencia de esa blanquitud que ha establecido las terribles relaciones raciales impuestas desde la colonización de nuestro continente y del mundo. Por ejemplo, no me imagino a la “Lady racista” diciendo: “odio a los blancos como tú, los odio por nacos”… ¿No verdad? como que no pega. Y tú, ¿qué tan blanqueado estás?