Movimiento Ciudadano ¿Política seria, o marketing de la indignación? | Desde las Antípodas

En las elecciones de 2024, Movimiento Ciudadano (MC) se posicionó como la tercera fuerza política nacional, con más de 6.4 millones de votos obtenidos sin alianzas partidistas. Este resultado lo coloca como una anomalía estratégica dentro de un sistema donde la concentración de fuerzas parece estar entre Morena y el frente opositor. Pero más allá de los números, MC plantea preguntas politológicas de fondo: ¿qué tipo de partido es?, ¿cómo encaja en la evolución del sistema de partidos mexicano?, ¿y cuál es su impacto real sobre la calidad democrática? ¿estamos ante una fuerza de renovación genuina o un actor funcional a la crisis de representación?
Según Giovanni Sartori (2005), los sistemas de partidos se definen no sólo por su número de competidores, sino por su grado de polarización ideológica y su funcionalidad institucional. En este esquema, MC no encaja cómodamente en ninguna categoría clásica: no es un partido de masas, pero tampoco ha alcanzado el grado de institucionalización que caracteriza a los partidos cartel.
En cambio, MC opera como un partido personalista de nueva generación, que capitaliza el carisma de liderazgos jóvenes (Máynez, Alfaro, Samuel García), combinando comunicación emocional, estética de “lo nuevo” y una narrativa antipartidista. Esta lógica recuerda los patrones de emergencia de partidos como En Marche en Francia o Ciudadanos en España, que nacen como alternativas suaves al sistema tradicional, pero con estructuras endebles.
A diferencia de partidos tradicionales, MC no cuenta con una militancia estructurada a nivel nacional ni una ideología definida; su ventaja reside más bien en su capacidad de adaptación táctica. En los estados donde gobierna, se comporta como un actor institucional; en el plano federal, como una “alternativa joven” desmarcada del establishment.
Desde la perspectiva de F. Freidenberg (2016), MC puede considerarse un partido de institucionalización débil, pero altamente funcional, en tanto logra articular candidaturas competitivas sin una estructura tradicional. Se apoya en una lógica outsider con tintes de innovación institucional, pero también en estrategias de marketing político propias de campañas centradas en la imagen y el entretenimiento.
La candidatura presidencial de Jorge Álvarez Máynez fue un caso paradigmático: escenografía naranja, uso intensivo de redes sociales, discurso disruptivo con tintes progresistas, y rechazo explícito a “los mismos de siempre”. Esta narrativa conectó con un segmento juvenil y urbano, especialmente en votantes de primera vez o desconectados de los partidos tradicionales.
Pero ¿es esto suficiente para hablar de nueva política? La politología comparada advierte que la antipolítica disfrazada de modernidad puede esconder una falta de profundidad programática, y terminar reproduciendo las lógicas que critica. En este sentido, MC camina una línea delgada entre ser una opción real de renovación o convertirse en un actor funcional al desgaste general del sistema.
Para Andreas Schedler (2006), las democracias electorales pueden albergar partidos que actúan como opositores estratégicos, sin buscar necesariamente el poder, sino beneficios simbólicos o de negociación. MC parece operar bajo esta lógica: evita alianzas, mantiene una posición intermedia, y prioriza la diferenciación simbólica sobre la competencia real por el poder.
Este comportamiento no necesariamente refuerza la democracia. Y es que las democracias sanas requieren partidos que actúen como “gatekeepers” institucionales, y que asuman costos por defender las reglas del juego, aún en la competencia. MC ha evitado esa responsabilidad. Prefiere no cargar con los costos del poder ni comprometerse con una oposición coherente.
El resultado: una fuerza política que fragmenta sin necesariamente construir. Si bien canaliza el desencanto ciudadano, no ofrece aún una alternativa programática robusta ni un modelo de gobierno replicable fuera de los estados que ya controla.
Movimiento Ciudadano es más que una moda electoral: representa un síntoma estructural de la crisis de representación en México. Su ascenso se explica no solo por su narrativa juvenil o sus liderazgos carismáticos, sino por el agotamiento de las opciones tradicionales y la falta de credibilidad del sistema de partidos.
Sin embargo, su consolidación dependerá de su capacidad para institucionalizarse sin perder frescura, y para ofrecer una agenda clara que supere el marketing político. Si logra eso, podrá ser una fuerza disruptiva con impacto real. Si no, podría repetir el ciclo de los partidos emergentes que brillan fugazmente para luego diluirse en la volatilidad política.
Desde las antípodas, podemos apreciar que MC ilustra bien los dilemas de las democracias contemporáneas: entre la innovación simbólica y la institucionalidad, entre la representación emocional y el vacío programático.
@ojedapepe