Psicología analítica del hombre: la perspectiva de Moore y Gillette



Además de la casi extinción del proceso ritual para iniciar a los adolescentes en la masculinidad adulta en las sociedades de hoy, otro factor que debilita la integración de la identidad masculina madura, evidenciado por la crítica feminista, es el patriarcado, presente en gran parte del mundo desde el segundo milenio a. C. hasta la fecha, pero mientras algunos feministas consideran que la raíz de masculinidad es la prepotencia, Moore y Gillette (1993) sostienen que el patriarcado no refleja la masculinidad verdadera, sino que expresa una masculinidad detenida, fijada en niveles inmaduros, que tales autores denominan psicología del adolescente (en contraposición con la psicología del hombre); en tales términos, y al contrario de lo que suele abogarse actualmente para intentar resolver la crisis de la masculinidad, no haría falta que el hombre se conectara más con su “lado femenino” o disminuyera su “poder masculino”, sino que, en contraposición, se tendría que conectar con los potenciales de la masculinidad adulta, así como con el poder masculino maduro.

Moore y Gillette (1993, p. 25) plantean que la dinámica de la vida es ” (…) un intento de desplazarse de una forma inferior de experiencia y conciencia a un nivel más alto (o más profundo)”, de tal suerte que hombres y mujeres pasen de una identidad difusa a una más consolidada y estructurada. En las sociedades tribales de antaño y algunas que sobreviven hasta el día de hoy (como las reportadas por Mircea Eliade y Victor Turner en África, Sudamérica y otros lugares), se manejaban nociones muy claras acerca de la madurez masculina y femenina y cómo llegar a ella. Lo que la cultura tiene actualmente son seudoiniciaciones que inician al adolescente en una “masculinidad” patriarcal, que se caracteriza por ser abusiva con los demás y con uno mismo, la cual, no produce hombres, porque, afirman los autores: “(…) los hombres verdaderos no son terriblemente violentos ni hostiles” (Moore y Gillette, 1993, p. 26). Así, pues, la psicología del adolescente implica dominación y pautas lesivas de conducta mientras que la psicología del hombre implica desarrollo y creatividad. El paso de una a otra involucra la muerte psicológica del ego adolescente, el cual debe “morir”, para que desaparezcan sus maneras de ser, hacer, pensar y sentir anteriores. Tales seudoiniciaciones solo provocan la disputa del ego por el poder y el dominio porque, a diferencia de las iniciaciones de antaño, carecen de un proceso ritual que contenga, por un lado, un espacio sagrado, y por otro, un “anciano” o “anciana” sabio(a) que conozca el ritual, sea modelo de madurez y sirva de guía para alcanzar una nueva identidad.

Al margen de tales procesos rituales, en lo profundo de cada hombre hay huellas o “conexiones” con lo masculino maduro, tranquilo y positivo que, en términos de la psicología analítica, se denominan arquetipos o “imágenes primordiales”, mismas que anidan en el inconsciente colectivo junguiano, formado por pautas instintivas y configuraciones energéticas que han sido heredadas generacionalmente. Obviamente, existen muchas “huellas” masculinas y femeninas, por ejemplo: la subpersonalidad femenina en los hombres (ánima) y la subpersonalidad masculina en las mujeres (animus), pero… ¿en qué consiste la estructura de los arquetipos masculinos?, ¿cuáles corresponden a la psicología del adolescente y cuáles son propios de la psicología del hombre? Con el propósito de diferenciarlos, se abordará a continuación en tales cuestiones.

Psicología del Adolescente

Los potenciales arquetípicos de la psicología masculina, tanto en su forma inmadura como madura, son una tríada que, gráficamente, podría representarse como un triángulo, en cuyo vértice superior se manifiesta el arquetipo en su plenitud mientras que en su base lo hace en forma disfuncional bipolar o sombra, pudiéndose interpretar esta última como un síntoma de desarrollo inadecuado, es decir, como un estado psicológico no cohesionado que, a medida que la personalidad del adolescente y luego la del hombre se acercan a la etapa apropiada de desarrollo, los polos de estas formas sombrías se unifican (Moore y Gillette, 1993).

Se supone que los cuatro arquetipos del masculino inmaduro se manifiestan de acuerdo a un orden sintónico con las etapas de desarrollo de la adolescencia, pero debido a que el desarrollo humano no siempre sigue con exactitud la misma secuencia, no constituye una rareza que se presenten variaciones en el trayecto. Por una cuestión expositiva, y tomando en cuenta que cada arquetipo de la psicología de la adolescencia origina la forma compleja de cada arquetipo de la masculinidad madura, la secuencia en cuestión sería la siguiente: aparece el Niño Divino, como primer arquetipo del masculino inmaduro, del cual, se origina el Rey, como primer arquetipo del masculino maduro; sigue el Niño Precoz, como segundo arquetipo del masculino inmaduro, del cual deriva, el Mago, como segundo arquetipo del masculino maduro; de la misma forma, correspondiéndoles el tercer momento, aparece el Niño Edípico, del cual deriva, el Amante; y finalmente, en cuarta posición, aparece el Héroe, del cual deriva, el Guerrero. Nótese que tales progresiones, de un arquetipo del masculino inmaduro a uno maduro, ocurren porque los primeros arquetipos son modelados y enriquecidos por las experiencias de vida que aportan la materia prima para que, en algún momento, la personalidad masculina se integre y unifique. No hay que perder de vista que, los arquetipos que forman la base de la adolescencia no desaparecen, sino que el hombre maduro, una vez que trasciende las pautas del comportamiento adolescente, las elabora, más que desecharlas de algún modo, por lo que podría decirse, de una manera más esquemática, que la estructura resultante del sí-mismo masculino maduro tendría el aspecto de “una pirámide sobre una pirámide” (Moore y Gillette, 1993, p. 36).

A continuación, se revisa, de manera sucinta, en qué consisten cada uno de los arquetipos del masculino inmaduro:

El Niño Divino. En su plenitud: se siente todopoderoso y centro del universo, pero también totalmente indefenso y débil. Es la pauta primitiva de la masculinidad inmadura, pero también fuente de bienestar, paz y entusiasmo por la vida.

Sombra:

  • El Tirano de la Tron: se caracteriza por su arrogancia, infantilismo e irresponsabilidad. Psicológicamente, podría considerársele como un narcisista patológico. El tirano presiona al hombre para que mejore, pero nunca estará satisfecho.
  • El Príncipe Débil: Quien lo encarna proyecta tener poca personalidad, escasa iniciativa y ningún entusiasmo por la vida.

El Niño Precoz. En su plenitud: en el adolescente (y, más tarde, en el hombre), se manifiesta por su curiosidad y deseos de aprender, suele tener talento para uno o más campos, tiende a ser introvertido y reflexivo, visualiza conexiones escondidas en las cosas y procura, siempre, estimular su intelecto, procurando mantener intacta su sensación de asombro ante lo que va descubriendo.

Sombra:

  • El Tramposo Sabelotodo: es un manipulador, crea apariencias y engatusa a los demás para que crean en él, para luego desilusionarlos y mofarse de que cayeran en su trampa; no pretende reemplazar a nadie, porque no desea ninguna responsabilidad, daña porque lo motiva la envidia, por eso no tiene héroes, porque eso implicaría admirar a otros, lo que requeriría ser consciente de su propio valor y energía creativa.
  • El Limitado: carece de vitalidad, vigor y creatividad, proyecta ingenuidad, pero ésta no suele ser honesta porque, como su predecesor, también es un tramposo, pudiendo entender mucho más de lo que aparenta, enmascarando con su comportamiento una soberbia que lo hace sentirse demasiado importante, a la vez que vulnerable, para actuar en el mundo.

El Niño Edípico. En su plenitud: tiene un conocimiento profundo de la conexión con su interior, con los demás y con todas las cosas, es cálido, se relaciona bien y es afectuoso, además de que esta experiencia de conexión, en particular con su madre (arquetípica), le permite expresar los orígenes de lo que se conoce como misticismo.

Sombra:

  • El Niño de Mamá: la frase vox populi “pegado a las faldas de su madre” describe al Niño Edípico, que, ligado a la madre arquetípica, busca a la diosa inmortal, siendo incapaz de unirse a una mujer mortal, porque, en el fondo, no quiere asumir responsabilidades y encarar todo lo que involucra una relación íntima y real.
  • El Soñador: influye para que el adolescente se sienta aislado y separado de cualquier relación humana, las cuales, se producen en su imaginación, por lo que se presenta como alguien retraído y deprimido, comportamiento empero, que enmascara su soberbia por no haber logrado la posesión de su madre.

El Héroe. En su plenitud: es el que caracteriza mejor la etapa de desarrollo del adolescente, sigue siendo inmaduro, y cuando se lleva a la edad adulta como arquetipo predominante, impide que el hombre alcance la madurez completa.

Sombra:

  • El Fanfarrón: busca impresionar a los demás y proclamar su supremacía, para dominarlos, pero con su fanfarronería oculta su cobardía e inseguridad, por eso procura no trabajar en equipo, prefiriendo siempre la soledad, el héroe está muy ligado a la Madre, pero tiene la necesidad de superarla, por lo que, involucrado en una reyerta, luchará con lo femenino, para conquistarlo y demostrar su masculinidad.
  • El Cobarde: se niega a defenderse de las confrontaciones físicas y tiende a dejar que lo presionen emocional e intelectualmente, cediendo con facilidad ante los demás, hasta que, cansado de dicha situación, la soberbia del Fanfarrón escondida en su interior se manifestará, en un violento ataque contra sus “adversarios”, para el cual, obviamente, éstos no estaban preparados.

La Psicología del Hombre

La presencia del héroe en el desarrollo de la psique humana cumple una función importante: moviliza las estructuras del ego del adolescente, capacitándolo para “romper el cascarón”, es decir, separarse de la Madre (el inconsciente, lo femenino), para que, terminando la adolescencia, sea capaz de afrontar las difíciles tareas que la vida adulta conlleva; por tanto, la “muerte” del Héroe representa el final de la adolescencia, el adolescente in fieri de convertirse en hombre, a partir de lo cual, inicia la masculinidad y la psicología del hombre,

A continuación, se hace una revisión de los arquetipos del masculino maduro, considerándose también su estructura piramidal, es decir, cómo se manifiestan tanto en plenitud como en su forma disfuncional bipolar o sombra.

Arquetipo del Rey. Según Moore y Gillette (1993), el Rey es el “arquetipo central”, en torno al cual, se organiza el resto de la psique. En su plenitud, el Rey tiene dos funciones importantes: la primera, consiste en ordenar el mundo que conoce, es decir, organizar su reino del centro hasta la periferia, para que todo lo que le es concebible florezca, siendo imprescindible para ello, incorporar ese orden a su propia vida; la segunda, se llama bendición o fertilización y tiene que ver, básicamente, con el reconocimiento y confirmación que el Rey otorga, por su justo valor, a quienes forman parte de su reino.

El arquetipo del Rey, en su totalidad, presenta las siguientes características: razonable y racional; busca la integración y la integridad de la psique masculina; proporciona y produce estabilidad, calma, vitalidad y alegría; observa al mundo con mirada firme, pero amable; reconoce las fortalezas y áreas de oportunidad de los demás, guiándolos y cuidándolos para hacerlos prosperar; se siente seguro de su propio valor (no es envidioso). Además, expresándose como otros arquetipos: como Guerrero, se muestra agresivo cuando es necesario; como Mago, sabe, discierne y actúa según su propia sabiduría; y como Amante, se deleita en compañía de quienes forman parte de su reino.

Como parte de la estructura bipolar del Rey también hay una sombra, un Rey Negativo, integrado, en su polo activo, por el Tirano, y en su polo pasivo, por el Débil. El Tirano odia, teme y envidia a lo nuevo, porque siente amenazado el control que tiene de su reino. No está en el centro, y aunque se siente identificado con la energía del Rey, tampoco es partícipe de ella, pero no se da cuenta ni de lo uno ni de lo otro. No se siente tranquilo ni generador. Abusa de los demás y puede ser implacable cuando busca su conveniencia. Con frecuencia puede experimentársele en la perturbación narcisista de la personalidad: se sienten el centro del universo y que los demás están para servirles, siendo ellos los que buscan, incesantemente, su reflejo en los otros y ser vistos por los demás. El Tirano es muy sensible a la crítica, y aunque por fuera parezca amenazador, por dentro se “desinfla” ante la más mínima crítica. Se muestra furioso, pero, en el fondo, se siente vulnerable, porque si no logra que lo identifiquen con la energía del rey, siente que no es nada, ubicándose entonces como el Débil, el otro polo del sistema negativo del Rey. El hombre influenciado por el Débil también carece de centro, pero, sobre todo, de tranquilidad y seguridad, porque sus comportamientos opresores provocan reacciones adversas en los demás.

Arquetipo del Guerrero. Es un pilar fundamental de la psicología masculina (Moore y Gillette, 1993). En su plenitud, el Guerrero se caracteriza por su agresividad, es decir, por una actitud ante la vida que lo motiva y energetiza. También suele estar alerta, y apoyándose de estrategias y tácticas, evalúa las circunstancias con precisión, a fin de adaptarse a la “situación reinante”. Sabe juzgar su propia fuerza y habilidad, diferenciándose del héroe porque, en tanto que éste desconoce sus limitaciones, aquél es realista respecto a sus alcances y límites. Está consciente de que su vida es corta y frágil, lo que le brinda suficiente vitalidad para vivir intensamente, por lo que procura no “pensar demasiado”, para evitar la duda que tarde o temprano podría conducirlo a la inacción, convirtiéndose sus acciones, que son el resultado directo de su preparación y disciplina, en su segunda naturaleza. Todo lo anterior, permite que el Guerrero actúe, de manera contundente, en cualquier situación de vida. A diferencia del Héroe, con sus acciones no busca comprobar si de verdad es tan potente como cree ser, busca más bien, ser “todo lo que puede ser”. Es valiente, asume la responsabilidad de sus actos y es autodisciplinado (posee el rigor para desarrollar el control y dominio de su cuerpo y mente). La energía del Guerrero está volcada hacia un compromiso transpersonal: su lealtad y sentido del deber apuntan a una causa (y a veces también pueden centrarse en una persona importante), lo que marca también una diferencia con el héroe, cuyas preocupaciones está vertidas para consigo mismo. Esta característica promueve que todas las relaciones personales se subordinen al compromiso transpersonal que el Guerrero asume como el motivo central de sus acciones, lo que significa que sus decisiones no las toma ni las impone por su relación emocional a nadie ni otra cosa que no sea su ideal, lo que, a su vez, suscita que actúe restándole importancia a sus sentimientos personales.

En su interacción con otras energías masculinas maduras, cuando el Guerrero se conecta con el Rey, guarda el reino conscientemente, con acciones contundentes, disciplina y valor; cuando interactúa con el Mago, lo capacita para lograr el dominio y control sobre sí mismo, dirigiéndolo al logro de sus objetivos; y al mezclar su energía con el Amante, logra la sensación de estar conectado con todas las cosas, permitiéndole cumplir con su deber, pero ser compasivo a la vez; el Guerrero, en su forma pura en cambio, es emocionalmente indiferente, por lo que su compromiso transpersonal relativiza la importancia de sus relaciones humanas.

El Guerrero también tiene una sombra, un Guerrero Negativo, integrado, en su polo activo, por el Sádico, y en su polo pasivo, por el Masoquista. Dada su vulnerabilidad en el campo de las relaciones, el hombre influenciado por el Guerrero necesita controlar su mente y sus sentimientos; de lo contrario, puede florecer la crueldad. Considérese que hay cierta similitud entre el Guerrero Negativo y el Héroe: el primero conserva en la adultez la inseguridad, las emociones violentas y la desesperación del segundo en su adolescencia, de manera que aparece en escena, un hombre que sigue batallando contra el poder avasallador de lo femenino. El hombre poseído por el Masoquista es incapaz de defenderse psicológicamente, permitiéndole a los demás (y a sí mismo) que le presionen más allá de los límites de lo tolerable. Considere el caso de las profesiones que presionan, en exceso, para que las personas actúen lo mejor posible todo el tiempo: si alguien no está seguro de su estructura interior, confiará en su actividad en el mundo exterior para aumentar su autoconfianza, y siendo la necesidad de ese ascenso importante, ese alguien probablemente gravitará hacia lo compulsivo.

Arquetipo del Mago. Según Moore y Gillette (1993), el Mago humano es un iniciado en todo conocimiento que requiera una preparación especial para ser adquirido, lo que, a su vez, le confiere la responsabilidad de iniciar a los demás en ese campo. Se particulariza porque es un conocedor de la psique humana, suele pensar en asuntos que no son evidentes para otras personas y se le facilita detectar mentiras.

En su plenitud, la energía del Mago gobierna el “ego observador”: esta instancia, que se une al sí-mismo masculino, para servirle, al mismo tiempo que, para canalizar su potencial, se mantiene al margen del flujo común de acontecimientos, sentimientos y experiencias cotidianas, pero, siempre alerta, actúa y accede al flujo de energía cada vez que resulta necesario. Es común que los hombres influenciados por este arquetipo utilicen, conscientemente, su conocimiento en beneficio de sí mismos, pero también para beneficiar a los demás.

De la energía del Mago, el arquetipo del Guerreo toma su claridad de pensamiento, y si bien el Mago no tiene la capacidad de actuar por sí solo, sí tiene la capacidad de pensar, por esta razón, representa la reflexión, el pensamiento y la introversión (entendiéndose ésta como la capacidad de separarse de contradicciones internas y externas, para conectarse con recursos internos profundos).

En su sombra, el Mago Negativo está integrado, en su polo activo, por el Manipulador, y en su polo pasivo, por el Inocente. El primero, a diferencia del Mago (en plenitud), no cuida a los demás, los dirige sutilmente, ocultándoles información que podría beneficiarles, porque solo pretende demostrar su superioridad y hacerles saber que él sabe más que ellos; en el fondo empero, tiene miedo de tomar decisiones y de vivir, motivo por el cual, decide no decidir y no participar del placer que otras personas experimentan al vivir realmente. El segundo, legado de la infancia (polo pasivo del Niño Precoz, el Tonto), quiere también el poder y el estatus del Mago, por lo menos en el ámbito social, pero no desea las responsabilidades de un Mago verdadero (compartir y enseñar su conocimiento y ayudar a los demás), porque, en el fondo, lo corroe la envidia por quienes actúan, viven y desean compartir, por lo que procura aprender solamente lo suficiente, para empequeñecer a quienes sí hacen tales esfuerzos.

Arquetipo del Amante. Es la pauta de energía primitiva cuyo impulso es satisfacer los principales apetitos de la especie humana, siendo fundamental también para la psique, porque incluye la sensibilidad para con el mundo exterior y los cambios que se dan en el interior al reaccionar a las impresiones sensoriales.

En su plenitud, la sensibilidad del Amante le permite sentirse conectado con todo, experimentar un estado de empatía con todas las cosas, lo que le hace ver que todas ellas están relacionadas de alguna manera. Así pues, desea vivir interiormente la conexión que siente con el mundo, así como vivir el mundo de la experiencia sensual en su totalidad; por esto mismo, todo lo experimenta de manera estética, particularidad que le permite, además, ser sensible a los cambios en las personas, experimentando con ellas tanto su alegría como su dolor.

La energía del Amante parece opuesta al resto de las energías de la masculinidad madura, pero no es así: los otros arquetipos reciben del Amante energía, humanidad y amor, evitando así que se conviertan en sádicos. El Amante también necesita de los otros tres: del Rey, requiere estructura, límites y orden; del Guerrero, poder de decisión y frialdad; y del Mago, reflexión y una perspectiva más objetiva de las cosas.

 El Amante Negativo está integrado, en su polo activo, por el Adicto, y en su polo pasivo, por el Impotente. Un hombre poseído por el Amante Negativo es víctima de su propia sensibilidad: sumergido en una vorágine de sentidos, está perdido en un mundo de visiones, sonidos, olores, sabores y sensaciones táctiles. El Adicto, en su perdición (interna y externa), está siempre inquieto, como si buscara algo todo el tiempo, porque el mundo se le presenta como “(…) un montón de fragmentos fascinantes de un todo perdido. Atrapado en lo aparente, ignora lo subyacente” (Moore y Gillette, 1993, p. 150), El hombre poseído por el Adicto no sabe de límites, no quiere ser limitado y no tolera que lo limiten. Se trata de un remanente de la infancia, de la absorción en la madre que experimentara el Niño de Mamá, por lo que el Adicto está todavía dentro de la madre, luchando por salir. Por otro lado, los hombres que se encuentran influenciadas por el Amante Impotente están crónicamente deprimidos. Se sienten desconectados de los demás y separados de ellos mismos, al punto que pueden experimentar fenómenos de disociación y una sensación irreal de sí mismos.

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Consúltese la siguiente obra:

Moore, R. & Gillette, D. (1993). La nueva masculinidad. Rey, guerrero, mago y amante. España: Paidós.

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