110 años de Billie Holiday | El Deporte de Pensar

El 7 de abril de 1915, nació en Filadelfia, Eleanora Holiday Fagan, conocida en el ambiente artístico como Billie Holiday. Su infancia estuvo marcada por el abandono y el maltrato. Con su peculiar voz plena de matices fue abriéndose paso en el difícil territorio de la música, en una América racista fragmentada por la segregación.
Fue a partir de 1933 que la joven chica de Filadelfia se empezó a manifestar como toda una revelación, capaz de transmitir las emociones más diversas, desde el desamor más profundo hasta el desenfado más ligero.
Llegó el momento de sus primeras grabaciones bajo el sello discográfico Columbia. Vinieron los estándares: “My Man”, “You go to My Head”, “I Can’t Get Started”, “He’s Funny That Way”, también la colaboración con los músicos Benny Goodman, Teddy Wilson, Ben Webster o Lester Young.
Los cafés y clubes nocturnos de Nueva York fueron testigos de la aparición de Billie Holiday, brotando entre el humo de los cigarrillos, como un espectro que acrecentaba su figura bajo el trino de los saxos o el leve repicar del piano. Vinieron también las colaboraciones con Artie Shaw o Count Basie; la fama de Billie fue avanzando al ritmo de sus adicciones al alcohol y la heroína.
Se presentó en televisión, siendo recibida como toda una estrella en los teatros que atestiguaron su talento, pero la huella de un pasado enquistado en el desamor la perseguía como un fantasma. Las turbulencias amorosas de una estrella en ascenso parecieron catapultar aún más aquella voz que adquirió un poder irresistible. Alguien dijo sobre Billie Holiday: “Es la trompeta mejor temperada”.
Una trompeta con sordina, una que viene de lo más profundo del sur americano para encarnar desde los árboles (mudos testigos del dolor afroamericano) en una rara fruta… la fruta más agridulce que el jazz haya parido. Sobre su canción más emblemática, “Strange Fruit”, se dijo que se trataba de la mejor canción del siglo XX.
Billie Holiday volvió a las canciones “All of Me”, “Summertime”, “Autumn in New York”, “Love Is Here To Stay” en creaciones casi propias, inyectadas por el aroma sabor a perdición que definió su estilo. Bajo ese manto de éxito, bajo su cuerpo, se abría un abismo que devoró muy lentamente su breve presencia física.
La cantante apareció en la cinta: “Nueva Orleans” (1947), del director Arthur Lubin. Dicha película se filmó específicamente para honrar al jazz y hoy es una película de culto muy apreciada por los amantes del género. La relación de la figura de Billie Holiday y el cine remató con la película: “Lady Sings The Blues” (1972), de Sidney J. Furie, protagonizada por Diana Ross en el papel de Holiday.
La voz de Holiday es uno de los grandes misterios de la música, casi un abracadabra. Pareciera que no cantaba por dinero, tampoco para adquirir notoriedad, cantaba para enfrentar un destino trágico que paradójicamente la empujaba a una certera extinción. Pero cada nota arrancada a esa garganta era una forma de responder a la fatalidad impuesta por la vida y el desamor.
110 años después de su nacimiento, aún tenemos a Billie Holiday. Su imagen implosionó en los muros de los camerinos, o los corredores oscuros de los cabarets neoyorquinos. Su voz insistente es ahora una reliquia que con justicia ha de brotar de un acetato, ella es el jazz, su vida terminó sin vanagloria, mas ahora nos asalta desde las alturas del viento más sureño.