Prepararse para prepararse con efectividad | El Rincón Bibliófilo



Por lo general, un apartado indispensable que diferentes fuentes de información nos recomiendan incluir en nuestro currículum vitae (CV) es el de Formación Profesional o, simplemente, Educación, apartado en el que registramos la incursión que hemos hecho hasta el momento a través de los niveles que forman parte de la educación formal.

Pero, ¿qué pasa con otros procesos formativos que por su duración, objetivos o contenidos particulares no entran en esta categoría, tales como las certificaciones, diplomados, cursos, talleres, seminarios, etcétera? Tales procesos, comúnmente, se integran en dos apartados distintos del CV: uno, para las certificaciones (cuyo nombre es ese, justamente: Certificaciones); y otro, para el resto de los procesos formativos que se hayan cursado hasta entonces (apartado que suele denominarse como Formación Complementaria u Otros Estudios).

Resulta obvio que estos últimos apartados son importantes como indicadores de cuánto ha procurado un profesionista seguir preparándose y mantenerse actualizado, por lo que puede concebírseles si no como predictores, sí como información que ayudará a un reclutador aproximarse a la decisión sobre quién, entre varios candidatos, puede ser el más próximo a ocupar un puesto en la empresa.

Hasta aquí todo parece ir bien: capacitarse para lograr objetivos a corto o mediano plazo, profesionalizarse para maximizar fortalezas (y/o minimizar debilidades) o desarrollar alguna competencia para lograr una promoción, cualquiera que sea el caso, parece ser el camino más sensato para que todo profesionista o trabajador avance hacia su profesionalización o pueda concursar para lograr un ascenso laboral porque, según se ha referido desde el siglo pasado, “el aprendizaje es para toda la vida” (y quien ha dejado de aprender es porque ya está muerto), pero… ¡Oh, siempre hay un dilema que resolver!, siendo éste inminentemente práctico y personal a la vez: seguir preparándose y mantenerse actualizado a través de certificaciones, diplomados, cursos, talleres, congresos, seminarios, etcétera representa, en muchos casos, una cuantiosa inversión de tiempo, dinero y esfuerzo, y aunque esto parecería cosa bien sabida, la práctica enseña que la importancia de tales aspectos no ha dejado suficiente mella, particularmente, a la hora de embarcarse en un proceso formativo con la intención de llegar a un puerto que augure un estado de bien-estar mayor en comparación con el punto del cual se partió, lo que es importante no solo para quienes buscan seguir preparándose, sino también para las instancias (institutos, asociaciones, universidades, etcétera) que ofertan dicha preparación.

La mayoría de quienes hemos cursado algún proceso formativo estaría de acuerdo en que uno de los primeros aspectos que debemos evaluar, para tener alguna seguridad de que podremos capacitarnos de principio a fin, concierne al monto de la inversión (dinero, pues) que tendremos que realizar porque, hay que decirlo como es: a menos que estos procesos formativos sean pagados por la empresa o que, por algún motivo, se tenga la oportunidad de tomarlos con algún subsidio, producto de una beca o cualquier otro apoyo económico, prepararse y mantenerse actualizado puede llegar a representar una inversión significativa para muchos profesionistas y/o trabajadores, resultando evidente la importancia de evaluar, con anticipación, si podremos solventar o no dicha inversión porque, de lo contrario, correríamos el riesgo de no terminar lo que empezamos, con la agravante de que todo proceso inconcluso no es posible incluirlo en ninguna sección del CV.

Supongamos que para el profesionista y/o el trabajador que busca seguir preparándose, la cuestión del dinero no fuera un problema, y que tampoco lo fuera la elección del proceso formativo de su interés y conveniencia ya que, de algún modo, podría identificarlo, con claridad, de entre las muchas opciones que se ofertan y publicitan a través de diferentes medios.

Parecería entonces que todo es cuestión de que el profesionista o trabajador dediquen cierto tiempo y esfuerzo para cursar con éxito tales procesos formativos, con la expectativa de que esa inversión se traduzca, tarde o temprano, en un feliz retorno en el ámbito profesional y laboral, pero… ¿Qué cree estimado(a) lector(a)? Este dedicarle cierto tiempo y cierto esfuerzo a la capacitación representan, en muchas ocasiones, los principales obstáculos para que los profesionistas y/o trabajadores que cursan estos procesos formativos logren culminarlos exitosamente, no siendo cuestión solamente de cantidad (la palabra “cierto” que precede a los términos “tiempo” y “esfuerzo” implica la indeterminación de tales sustantivos: considerando la mucha o poca complejidad de tales procesos formativos, ¿las personas en capacitación le dedican mucho, poco o lo previsto en cuanto al tiempo y esfuerzo que la capacitación amerita?), sino también de aspectos colaterales que, no obstante, devienen en condiciones esenciales a la hora de afrontar el reto que tales procesos formativos representan.

Es probable que algunas personas se sorprendan por lo que parece implicar el párrafo precedente. Las figuro, preguntándome: ¿de verdad me estás diciendo que un profesional o trabajador interesado en seguir preparándose sería capaz de autosabotear su proceso formativo, convirtiéndose el mismo en un obstáculo, quizá el más importante, en la consecución de las metas que se ha propuesto? Ojalá hubiera una única respuesta para semejante pregunta. La realidad, siempre más compleja que cualquier supuesto teórico, seguramente admitiría muchas más interrogantes, y a fuerza de hacer una depuración de casos cuyos fines truncados obedecieran a otras circunstancias (incluyendo aquellas que se dieran junto a lo que estamos considerando), nos daríamos cuenta que, efectivamente, sí habría casos de autosabotaje, aunque éstos, con toda probabilidad, no siempre son intencionales, o si quiera, conscientes.

Veamos un ejemplo “hipotético”. Una organización lanza una convocatoria para que las personas interesadas en certificarse en algún Estándar de Competencia (EC) puedan hacerlo, de manera práctica, bajo su guía. Para ello, se vale de un modelo educativo que se caracteriza por brindarles a los participantes una alineación, un periodo de asesorías, la evaluación del EC y la gestión de su certificado ante el CONOCER. La convocatoria llama la atención de varios profesionistas y trabajadores, por lo que la organización logra integrar, de acuerdo al calendario que ha establecido, un grupo al que introduce en el proceso formativo correspondiente. En las sesiones, el facilitador les comparte a los capacitandos que es muy importante que cumplan, en tiempo y forma, con todas las evidencias que requieren recopilar y enviar antes de establecer la fecha de su evaluación, aprovechando al máximo su periodo de asesorías, porque si algo les ha enseñado la experiencia es que, pasando dicho periodo, los participantes se dispersan, es decir, extienden indefinidamente la etapa de preparación y entrega de sus evidencias, por lo que aumenta el riesgo de que, venciéndose los plazos establecidos (y que ellos, obviamente, conocen), tengan que recurrir a repetir todo el proceso (pagando más, obviamente, y tardándose el doble de tiempo en certificarse), siendo ésta la opción menos mala porque lo que también puede ocurrir es que esas “personas interesadas” terminen por desertar, perdiendo así el dinero de la inversión hecha, el mucho o poco esfuerzo que hayan puesto de su parte y el tiempo invertido, el cual tristemente, no podrán recuperar jamás.

¿Es una coincidencia que lo antes descrito tenga alguna similitud con lo que ocurre con muchos estudiantes universitarios cuando llega el momento de cumplir con los requisitos para lograr su titulación? Tal vez. Concentrémonos, por ahora, en el caso de los profesionistas y trabajadores. Se supone que ellos, a diferencia de los estudiantes que terminan la preparatoria o una carrera universitaria, son personas con cierta experiencia y trayectoria en el mercado laboral, con miras más claras en cuanto al para qué se embarcan en procesos formativos tendientes a su actualización y mayor profesionalización y, principalmente, que son responsables de la inversión de tiempo, dinero y esfuerzo que realizan, entonces… ¿Por qué puede ocurrir que no cumplan, en tiempo y forma, con los requerimientos que tales procesos formativos demandan? Probablemente, la cuestión tenga que ver con una serie de estrategias, cuya importancia no es que sea desatendida, pero, por lo general, no se tiene muy en claro el cómo podrían incentivarse de manera adecuada tanto en estudiantes como en capacitandos: preparar y presentar todo lo que se requiere para acreditar un proceso formativo implica a su vez preparación. Sí, otra vez parece que nos topamos con una tautología, pero, si analizamos esta cuestión con detenimiento, nos percataremos de que no es así, y que de hecho resulta tan evidente, que es absurdo que no la tengamos presente, con la debida seriedad, cada vez que emprendemos un proceso formativo, cuyo cumplimiento abona en beneficio del reconocimiento de nuestro interés por seguir capacitándonos.

Retomemos el ejemplo referido anteriormente y veamos cuán necesario resulta prepararse para prepararse. Al margen de lo ya mencionado acerca del dinero, si lograr la certificación en algún EC requiere, en este caso, invertir tiempo y esfuerzo en cuatro etapas, resulta indispensable distribuir, estratégicamente, ambas variables en la consecución de lo que cada una de ellas demanda (porque no es lo mismo, por ejemplo, estar en las sesiones con el facilitador que realizar las evidencias o preparar el producto que será evaluado): para la alineación, ser un participante activo, un formulador de preguntas sobre todo lo que pueda surgir en torno al proceso, así como un recopilador de las recomendaciones que pueda aprovechar; para el periodo de asesorías, mantener contacto frecuente con la persona asignada como asesora, prestar atención a las fechas de entrega, hacer en sintonía con lo anterior, un cronograma (realista, honesto y objetivo, pero sujeto a las fechas que se establezcan como plazos) que  deberá seguir puntualmente, además de recabar todos los recursos que necesitará para cumplir con su cometido; para le evaluación, asegurarse de haber atendido a todo lo encomendado, anticipar alternativas para cualquier imprevisto que pudiera presentarse y hacer ensayos para hacer a tiempo los ajustes que hagan falta a fin de evitar posibles sorpresas; y para la gestión (del certificado), prever el registro, la impresión y escaneo (o la edición de documentos PDF) de muchos formatos, que a su vez, deberán enviar en ciertos plazos.

Un interlocutor imaginario, después de revisar la descripción anterior, podría debatirme, con extrañeza: “pero Fernando, eso no tiene ninguna novedad, todos aplicamos alguna estrategia a la hora de cursar un proceso formativo, particularmente, si se trata de una certificación… ¿Prepararnos para prepararnos? ¡No hay ningún misterio en eso!”. De acuerdo. Admitamos, por un momento, que así fuera, entonces… Suponiendo que el dinero no fuera una limitante, que son procesos formativos de interés y conveniencia para quien decide emprenderlos y que nos referimos, principalmente, a profesionistas y trabajadores autosuficientes, con cierta trayectoria y conocimientos en su ramo (porque están buscando, reiteramos, una mayor profesionalización), ¿por qué muchos no logran alcanzar su meta en relación con el proceso formativo que han elegido?

Retomemos, por última vez, nuestro ejemplo “hipotético” y preguntémonos: ¿cabría esperar que todos los interesados inscritos al modelo educativo en cuatro etapas ofertado por la organización referida cursen, de principio a fin, el proceso formativo y se certifiquen? De manera optimista, algunos dirían que sí, pero otros, aun cuando estén al tanto de que el CONOCER ha certificado a millones de personas desde su fundación (1995), tendrían sus reservas porque, como en todo proceso formativo, cabría esperar un porcentaje mínimo de rezago o deserción.

Un segundo interlocutor imaginario haría el siguiente señalamiento: “De acuerdo, pero, ¿dónde están las cifras? Deben haber estadísticas que, aportando cifras sobre cuántas personas han dejado inconclusos tales procesos formativos, cuantifiquen los motivos que todos esos trabajadores y profesionistas tuvieron para no terminar alguna capacitación, además de que sería muy interesante saber si realmente hubo alguna diferencia entre quienes sí los terminaron y quienes no en cuanto al logro de una mejoría en su vida laboral y/o profesional, considerando lo desacreditada que está actualmente la teoría del capital humano”… y si, admito que tales cifras serían importantísimas para hacer precisiones sobre la cuestión, lo que probablemente demandaría un estudio que supera por mucho la extensión y las pretensiones vertidas sobre el actual artículo, razón por la cual, dejo abierto el horizonte para un abordaje más profundo a posteriori no solo para quien redacta este texto, sino también para cualquier otro intrépido que decida emprender esta nada sencilla encomienda.

Lo que importa, por ahora, es que las personas que emprendan un proceso formativo, cualquiera que éste sea: una certificación, un diplomado, un curso, etcétera, no lo trunquen porque hayan evaluado de manera errónea, superficial o descuidada, la inversión de tiempo, dinero y esfuerzo que deben hacer antes, durante, e incluso después, del proceso en cuestión, con la finalidad de alcanzar los objetivos que se hayan propuesto. Lo anterior, desde luego, implica poner en una balanza no solo el para qué aludido con anterioridad, sino también el cómo lograr lo que se desea hacer en términos de mayor preparación y actualización.

Con lo anterior no habría cabida para que alguno de los participantes que no han concluido cierto proceso formativo dijera sobre sus compañeros que sí lo han hecho: “Es que algunos tienen más tiempo para hacer las actividades”, “Es que justo ahora tuve mucho que hacer en el trabajo”, “Es que no sé cómo utilizar algunas herramientas tecnológicas”, “Es que me dijeron que iba a ser más sencillo” y un largo etcétera.

No, no y no.

Prepararse para prepararse implica evaluar si se contará con el tiempo que el proceso formativo requiere para concluirlo satisfactoriamente (y tomar en cuenta las cargas de trabajo que se tengan durante el lapso que dure dicho proceso, incluso si éstas no son del todo predecibles, en cuyo caso convendría contar con alguna alternativa o, de plano, posponerlo para un momento más oportuno).

Prepararse para prepararse implica estar seguros de la pertinencia de nuestra elección, es decir, no solo se trata de determinar si el proceso formativo en cuestión nos será útil en nuestro trabajo y/o profesión, nos convendrá para ser un talento con mayor atracción dentro del mercado laboral o nos interesará para lograr un crecimiento personal en algún sentido, sino también si estamos preparados para esa preparación: si desconozco cómo utilizar ciertas herramientas tecnológicas, primero evalúo si aprender a utilizarlas realmente será un problema (lo que en tiempos de la IA y de tantas plataformas digitales dedicadas al aprendizaje no debería ser tan complicado), y si realmente es un problema, optar por alternativas más accesibles o que se ajusten mejor a nuestro perfil ocupacional y/o profesiográfico.

Prepararse para prepararse implica investigar antes de embarcarse en un proyecto que, como ya se ha dicho, representará para nosotros una inversión de tiempo, dinero y esfuerzo, ¿Cuánto tiempo, dinero y esfuerzo?, obviamente, para encontrar respuestas que nos satisfagan sobre tales aspectos no basta con lo que fulanito o perenganito nos cuente, porque correríamos el riesgo de quedarnos con expectativas falsas sobre lo que nos demandará el proceso formativo que nos interesa, por lo que sería recomendable investigar en varias fuentes, consultar testimonios y hacer muchas preguntas a quienes ofertan el proceso formativo que nos interesa antes de tomar una decisión definitiva.

Por último, la indispensable nota aclaratoria: como es fácil de constatar, todo lo referido no es más que mi opinión personal, por eso el presente escrito no va acompañado de ninguna referencia, siendo su única intención compartir mi reflexión basada en mi experiencia como participante en diferentes procesos formativos, a lo largo de la cual, yo mismo dejé inconclusos algunos de ellos mientras que, en otros casos, me tocó ser testigo de cómo otros compañeros se quedaban en el camino; asimismo, la importancia dada a secciones como Formación Profesional (o Educación), Certificaciones y Formación Complementaria (u Otros Estudios) es relativa, ya que dependerá del tipo de impacto que el trabajador o profesionista deseé o necesite generar en los destinatarios de su CV, por lo que, en algunas ocasiones, convendrá que haga énfasis en elementos tales como la Experiencia Laboral, los Logros o las Competencias (si bien es cierto que estas últimas no dejan de estar relacionadas, de alguna manera, con las primeras); y finalmente recuérdese que, en algún punto de este artículo, hicimos referencia a ciertos aspectos que, de manera colateral, llegan a convertirse en condiciones que, hoy por hoy, resultan esenciales al momento de optar por  superarse, en lo profesional, en lo laboral y en lo personal, mediante la preparación y la actualización constantes, entre los cuales, podemos citar la constancia, la disciplina y el compromiso.

Editor: Fabián Sánchez

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