Perrijos y gatijos en lugar de hijos humanos, ¿cuál es el @#√!&* problema?



Hace algunos años murió una perrita a la que quise mucho. Era una pug llamada Dolly. Su pérdida fue dolorosa para mí, tal vez tanto como las que he sufrido por el fallecimiento de personas importantes en mi vida. Recuerdo que, días después de su fallecimiento, escribí en el muro de mi red social predilecta, la siguiente nota:

“Hoy en la madrugada soñé con Dolly: íbamos paseando por una calle en la noche, ella jalaba de su correa porque quería ir más rápido, pero yo le decía que se calmara; en el camino, nos topamos con una banca y yo me acosté en ella, boca arriba, y ella, de un brinco, se subió encima de mí y comenzó a lamerme la cara, yo la abracé como solía hacerlo, apretujándola suavemente contra mi pecho… fue entonces cuando desperté y descubrí que entre mis brazos y yo solo estaba el aire… me eché a llorar”.

Recibí en los días que siguieron palabras de apoyo de muchos de mis contactos; asimismo, mis familiares y personas allegadas comprendieron la importancia que ese suceso tenía para mí. No obstante, me percaté de la reacción que tuvieron otras personas, por lo que también experimenté la indiferencia, la burla y la condescendencia de quienes, reflexionándolo ahora, tenían un trato mucho más superficial conmigo, lo que quizá desproveía su reacción de comprensión y empatía.

Lo anterior podría parecer exagerado: ¿puede la pérdida de una mascota ser tan dolorosa para uno como la pérdida de una persona, por ejemplo, una madre, un padre, un hermano(a) o un hijo(a)? Yo diría que todo depende. ¿De qué? De las circunstancias, del momento, de la historia de vida, pero principalmente, de uno mismo y de su sensibilidad para con otros seres vivos.

Cualquiera que dijera que no, que la muerte de una mascota no puede equipararse a la de una persona justificaría su respuesta basándose en categorías y jerarquías extraídas de diferentes disciplinas que históricamente han puesto de relieve el humanismo y la vida humana por encima de cualquier otra criatura con la que compartimos este planeta, y probablemente confrontaría a las personas que, supone, piensan lo contrario, con la idea de hacerlas recapacitar, de despatologizarlas y nivelar el déficit que las enraizó con semejante cuestión, procurando de paso, que vuelvan a pensar y sentir “normalmente”, pero… ¿qué pasaría si, por un momento, nos atreviéramos a pensar que la forma de experimentar la muerte de un ser querido, ya sea éste una mascota o una persona, no fueran experiencias mutuamente excluyentes?

En cualquier caso, aun cuando lo fueran, ¿cuál sería el problema para quienes juzgan que estas pérdidas no pueden ser experiencias equivalentes? ¿Por qué la importancia de un suceso tan personal como es la pérdida de un ser querido debería ser un problema para alguien más que no sea yo si lo sufro y vivo dentro de los parámetros que cabría esperar de un duelo normal (Yoffe, 2013)? En otras palabras, para los que hemos sufrido la pérdida de un ser viviente (llámese mascota, perrijo, gatijo, persona, papá, mamá, etcétera), nos reconforta recibir de parte de los demás, palabras de apoyo y comprensión, pero… ¿actitudes de indiferencia y/o palabras de burla y condescendencia? No, gracias. Esas mejor que se las guarden para sí.

Efectivamente, se trata de un tema de respeto a terceros, de lo que compete al dolor y a las alegrías de cada quien, de lo que le entristece o alegra a unos y que de ninguna manera tiene porqué entristecer o alegrar a otros de la misma manera y con la misma intensidad, todo lo cual debería ser una razón suficiente, para que cualquier retractor aplicara a su caso el conocido refrán “calladito me veo más bonito”.

Sirva lo anterior como preámbulo para abordar la cuestión de si tener perrijos y/o gatijos  en lugar de hijos humanos es un problema para alguien, por lo que es momento de que la tortilla de la vuelta y revisemos este tema que, en apariencia podría resultar simple e irrelevante, pero que, recordando lo que decía Wittgenstein: “Aquellos aspectos de las cosas que son más importantes para nosotros permanecen ocultos debido a su simplicidad y familiaridad”, quizá nos permita descubrir aristas que parecían insospechadas.

Para lograr lo anterior, me apoyaré en las ideas que Paco Colmenares, periodista especializado en fauna desde hace 20 años, expone en un video publicado en una conocida red social cuya postura comparto y que, grosso modo, plantea que las personas con perrijos y/o gatijos suelen ser criticadas en redes sociales a través de memes y videos por muchas personas, principalmente, por parejas que tienen hijos humanos cuando, en realidad, todos deberíamos estar agradecidos con ellas, incluso quienes no sienten afecto por los animales, ya que cumplen con una función de suma importante en la sociedad y que, dadas las circunstancias actuales, el ejercicio de esta función per se les confiere cuantiosas ventajas en comparación con quienes tienen hijos humanos.

Veamos, pues, por qué las personas que deciden tener perrijos y/o gatijos en lugar de hijos humanos nos están haciendo un favor a todos:

  • Tener un perro o un gato como un miembro más de la familia implica un vínculo emocional con otro ser vivo, lo que, según Colmenares, significa que la búsqueda de compañía del ser humano no tiene porqué limitarse a miembros de su misma especie, extendiéndose a seres vivos que responden recíprocamente a esa necesidad de afecto, vínculo que no solo subsana aspectos como el rechazo o el aislamiento social, sino que también brinda efectos positivos (terapéuticos) sobre el estado físico y mental humano (Cañellas, 2020).
  • El periodista especializado en fauna comenta que las personas que amamos a los perros y/o gatos no creemos que todos deban tener uno (o más) en sus hogares, ni siquiera esperamos que todos amen a los animales; en contraposición, somos los primeros en objetar que personas irresponsables y con broncas emocionales los tengan a su cuidado, pero lo anterior va más allá: cuando se considera que los animales pueden ser un miembro más de la familia y su importancia ocupa un peldaño muy alto en nuestros afectos, se concibe la idea de que tener hijos humanos es opcional, por lo que se entiende que los seres humanos no tenemos por qué reproducirnos todo el tiempo y en todos los casos. Parece una idea inquietante, ¿no es cierto? Pero los argumentos de Colmenares parecen ineludibles: ocurre que muchos padres no quisieron serlo realmente (al menos no en el momento en que lo fueron), pero terminan procreando por la presión social y porque es lo que supuestamente “debían” ser y hacer (según el ciclo “natural” de la vida), siendo los resultados de seguir a tontas y a ciegas este “deber” social terribles, evidenciándose que no estaban preparados para ser padres en virtud de que no cumplían con un mínimo de condiciones para llevar a cabo esta función: estabilidad económica, equilibrio emocional, educación en valores, etc. (nada de que “no hay padres perfectos”, “echando a perder se aprende”, “con la práctica todo se equilibra”, no: estamos hablando de formación de vidas humanas y seres humanos que se integrarán y harán alguna clase de aportación a la sociedad en la cual vivimos todos, no de qué, pues).
  • Para tranquilidad de los alarmistas, aclara Colmenares, en la actualidad no parece haber ningún estudio que advierta sobre la extinción de la especie humana debido a la falta de individuos o de reproducción (y si lo hubiera, seguramente, el tema que abordamos aquí no sería la única causa atribuible ni la más importante). Lo que sí hay, a la par de noticias alarmantes sobre la extinción de otras especies animales causadas (éstas sí) por la negligencia, voracidad rampante y explotación de los seres humanos, son estudios que subrayan una problemática que lleva años en fila de espera para que se le tome con la seriedad debida: hemos rebasado el nivel sustentable de los lugares en donde vivimos, es decir, los recursos disponibles para nuestro consumo ya no son suficientes.
  • De la viñeta anterior, se desprenden preguntas que Colmenares lanza de manera contundente: ¿por qué la molestia de algunos de que las personas con capacidad reproductiva no se reproduzcan? Si esas personas que publican memes y comparten videos para criticar a quienes prefieren tener perrijos y/o gatijos en lugar de hijos humanos tienen hijos o piensan tener hijos en algún momento, ¿por qué desean que sus hijos tengan mayor competencia por los recursos del planeta? En un mundo donde encontrar trabajo es cada vez más difícil, donde abastecerse de agua resulta cada vez más complicado, donde los espacios para vivir son cada vez más caros, ¿no deberían ver esas personas criticonas como algo conveniente para todos que la mayor cantidad de gente posible evitara reproducirse hasta retornar a un nivel que nos permitiera encontrar un trabajo provechoso, hacernos de un espacio digno para vivir y alimentarnos equilibradamente con un margen más amplio?

Sé que esta postura no es compartida por todos, incluso puede que incomode a algunos (¿quizá a esos mismos criticones que publican memes y comparten videos en redes sociales?), pero habrá que tomarla con la debida mesura, es decir, no es una propuesta de Colmenares, de un servidor o de otros más, no es algo que se esté fomentando para su normalización o normativización, tampoco es una moda, un trending top circunscrito a un lugar o época específicos, y por supuesto que tampoco es algo que vaya a dejar de ocurrir, se trata de algo que está pasando en muchas partes del mundo, y que de hecho ha venido pasando desde hace mucho, muchísimo tiempo.

Comenta el periodista especializado en fauna que paternar o maternar cachorros de perros y gatos es una práctica que la antropología ha registrado desde hace miles años. Sobre el perro, por ejemplo, Harari (2014, p. 80) comenta que “(…) fue el primer animal en ser domesticado por Homo sapiens, y esto tuvo lugar antes de la revolución agrícola. Los expertos no se ponen de acuerdo sobre la fecha exacta, pero tenemos pruebas incontrovertibles de perros domesticados de hace unos 15,000 años, si bien pudieron haberse unificado a la jauría humana miles de años antes”.

Esta unificación, entre seres humanos y animales (como los perros y los gatos), en el sentido de cohabitar, de convivir, de ayudarse mutuamente y de hacerse compañía, tiene una historia tan antigua que podría decirse que sus orígenes se remontan a una época inmemorial, raíces que dejan entrever que el problema de que algunas personas critiquen a quienes prefieran amar a un perro o a un gato en lugar de un hijo humano tiene que ver también con la mayor visibilidad que sus críticas han tenido gracias a las redes sociales, lo que indicaría que siempre ha habido quienes aman a los animales a la par de quienes los odian. Si así fuera, repito, todo se limita a lo ya acotado antes: es un tema de respeto a terceros, simple y llanamente. No está de más recordar que hasta el momento nadie ha probado, según parece, que sentir demasiado afecto por lo animales sea dañino como sí lo es, en cambio, sentir demasiado miedo o aversión hacia ellos (fobias).

Concluyo, estimado(a) lector(a), con la siguiente invitación: si alguien cercano a ti tiene en casa un perro o un gato, lo más probable es que esa persona no tenga broncas emocionales, no despotrique odio a diestra y siniestra ni sea alguna clase de Ted Bundy, porque sigue buscando, disfrutando y dando afecto a un ser vivo que, en reciprocidad, responde a sus afectos y cuidados; si se trata de una pareja, probablemente, han decido postergar algunos años tener hijos humanos, y por mientras han adoptado un perro o un gato para tener una primera experiencia sobre todo lo que implica cuidar, con cariño y responsabilidad, de otro ser vivo; y si un amigo, familiar o vecino ha perdido a su compañero canino o felino, por favor, se respetuoso y solidario con su pérdida, porque solo él o ella sabe el papel tan importante que representó en su vida.

Referencias

Cañellas Galindo, J. (18 de febrero de 2020). Las mascotas son grandes terapeutas para sus dueños. Topdoctors España. https://www.topdoctors.es/articulos-medicos/las-mascotas-son-grandes-terapeutas-para-sus-duenos

Harari, Y. N. (2014). Sapiens. De animales a dioses. Penguin Random House.

Yoffe, L. (2013). Nuevas concepciones sobre los duelos por pérdida de seres queridos. Avances en Psicología, 21(2), 129–153. https://doi.org/10.33539/avpsicol.2013.v21n2.281

Editor: Fabián Sánchez

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