Bosquejo de la transmutación de libros a películas: el caso Dune, de Frank Herbert



Dune, de Frank Herbert, es una saga de seis volúmenes, a la que, sumándosele los libros escritos por su hijo, Brian P. Herbert, en coautoría con Kevin J. Anderson, suman un total de veintiún libros, repertorio que, al cabo de los años, se ha visto enriquecido por películas, comics y series de televisión, cuya producción ha sido fruto de la inspiración generada por esta magnánima obra.

Ciertamente, las películas de los años 2021 y 2023, basadas en el primer libro, tuvieron un efecto doble: por un lado, permitieron difundir la obra del autor estadounidense entre los jóvenes de hoy, para quienes, probablemente, el universo de Dune resultaba desconocido o poco familiar; y, por otro lado, favorecieron reactivar el recuerdo latente en audiencias de mayor edad cuyos referentes de Herbert y su mundo eran sus libros y/o la película de 1984, dirigida por David Lynch; lo anterior, desde luego, propició reacciones diversas: en los jóvenes de los años veinte del presente siglo, por ejemplo, que muchos de ellos pensarán que Dune había sido inspirada por Star Wars cuando es al revés, es decir, que la primera… ¡Antecede a la segunda por 10 años aproximadamente!; para la audiencia con mayor edad, en cambio, resultó inevitable hacer comparaciones, ya sea entre las películas de Lynch y Villenueve o entre tales películas y los libros del autor, haciéndose preguntas como “¿cuál de ellas es mejor?”, “¿cuál se apega más al libro?”, “¿cuál de las propuestas abarca, de manera más asequible para el espectador común, la complejidad del libro?”, entre otras.

Lo anterior, bajo la perspectiva de este humilde lector, pero también cinéfilo, representa la parte trágica de la transmutación que podemos apreciar, cada vez con mayor frecuencia, de la literatura a la cinematografía. ¿Por qué trágica? Porque cuando directores y/o guionistas se basan o inspiran en una obra literaria suelen proponer cambios, a veces incluso estructurales, que terminan por desvirtuar los elementos que hacían que la historia contada por ese libro fuera interesante para los lectores, todo en aras de convertirla en un producto más rentable, para lo cual, la amoldan a una fórmula que si bien facilita su venta en cines y/o plataformas de straeming, la esterilizan de muchos de los elementos que la harían una experiencia valiosa para los espectadores.

Un ejemplo de lo anterior, entre muchos, es “Inferno” de Dan Brown. Quien haya leído esta novela y visto el producto cinematográfico que se hizo de ella, comprenderá que las diferencias entre el libro y la película son muchas y no arbitrarias. Lo ejemplificaremos aquí, mencionando solo dos de esos cambios: en la película, el clímax consistió en detener a tiempo los planes del antagonista y en eliminar a la villana que pretendía que los planes del súper villano se consumaran; en el libro, en cambio, los planes del antagonista se consumaron desde mucho antes que los “chicos buenos” pudieran evitarlo y nunca hubo una villana que deseara detener a los protagonistas.

¿Por qué se hicieron estos cambios? Porque en el cine, la fórmula marca que siempre debe haber un villano, que éste es necesario (porque si no lo hubiera, ¿contra quién pelearían los buenos?) y que el villano debe ser eliminado hasta el final de la historia (no antes, o como en este caso, desde el principio), todo ello a fin de demostrar, que el bien siempre triunfa sobre el mal.

Ahora bien, resulta más o menos evidente que todo producto cultural, al fin de cuentas, debe cubrir, aunque sea mínimamente, un costo – beneficio para manifestarse como tal en la sociedad, como es el caso de las películas, pero también de los libros, que al ser productos culturales, conllevan ese matiz mercantilista que les permite difundirse y a veces también persistir en el recuerdo de la gente cada vez que, conversando con alguien más, comentan: “¿Te acuerdas del libro / película X?” o “¡Eso ya se vio en el libro / película Y!”.

El meollo del asunto es por qué llevar al cine obras literarias modificándolas al punto de desvirtuar lo que, desde la literatura, ha probado ser una buena historia, para convertirlas, de cuando en cuando, en productos cinematográficos cuyo mayor problema es presentar historias insustanciales, predecibles, cargadas de clichés, políticamente correctas (eso sí), pero poco interesantes y con tantos cambios que, prácticamente, terminan por ser otra cosa (lo que no necesariamente es malo siempre y cuando, por respeto al autor y a las audiencias, se deslindaran esos desatinos cinematográficos de las obras literarias con las que pretende relacionarse).

Lo anterior, obviamente, no pretende demeritar las virtudes que el séptimo arte tiene per se. ¡Ha habido películas que han sido buenas adaptaciones de los libros que las inspiraron! ¿Un ejemplo? “El señor de los anillos”, novela cuyo hilo narrativo definitivamente exigía que Peter Jackson ajustara un poco sus hebras para lograr un lenguaje más cinematográfico.

Algunas películas han superado, incluso, al libro, por ejemplo, entre el Drácula de Bram Stocker y el que presenta Francis Ford Coppola en su película de 1992, me quedo con el vampiro cinematográfico porque, para mi gusto personal, encuentro las acciones del conde del celuloide más justificadas y contextualizadas, lo que no significa empero, que no aprecie la monstruosidad y el salvajismo que hacen del personaje de Stocker una belleza literaria. ¿Cuándo se presenta el problema? Cuando en la pesquisa por generar ganancias, “se adapta” el libro a un guion prefabricado, arguyendo que los cambios operados son necesarios. A veces, incluso, se expresa, con total franqueza, la necesidad que el estudio tuvo de “actualizar” la historia a los tiempos modernos o, simplemente, porque el director o el productor quisieron imprimir su sello personal, contando la historia como creyeron que sería mejor, o sea, ¡No me digan!

Sin decir que las películas de Villenueve, del 2021 y 2023, fueran desatinos cinematográficos, por el contrario, creo que la crítica y la opinión de los espectadores fueron, en su mayoría, positivas… ¿qué pasó con Dune en relación con el tema que discutimos? Veamos (advertencia: ¡Spoilers!): Kynes, el planetólogo, no era mujer, su piel tampoco tenía un color similar, verbigracia, al de un afroamericano; nunca hubo Fremen del sur y Fremen del norte, el pensamiento de los Fremen, como pueblo, no se asemeja al de los humanos terrícolas, los que, en contraste, han inventado históricamente muchas ideas políticas para vivir separados; Paul toma el agua de la vida voluntariamente porque el atentado que su madre estuvo a punto de sufrir con consecuencias fatídicas a manos de Gurney no fue capaz de preverlo, por lo que sintió la necesidad de intensificar sus facultades; Feyd-Rautha Harkonnen, el nabarón, aparece casi desde el principio de la novela; el conde Fenring… ¡¿Dónde quedó el conde Fering?!; la conspiración fraguada por el barón Vladimir Harkonnen para que el duque Leto pensara que la dama Jessica era la traidora ni se menciona; y la lista podría seguir y seguir. Ya ni mencionar que entre la muerte del duque Leto y la victoria de su hijo, como Muad’Dib, pasan dos años, que Chani siempre estuvo de lado de Paul (nada de “Jamis es un buen guerrero, no dejará que sufras” o mafufadas parecidas) y que Alia, la hija de Jessica, es quien asesina al barón Vladimir Harkonnen (y no Paul). ¿Dónde está la ironía de todo esto? Que los espectadores de las películas, si no han leído los libros, si no se han dado la oportunidad de deleitarse con la obra literaria en las que “se basan” las películas en las que han invertido dinero, tiempo y el esfuerzo de ir al cine, ignorarán por completo la verdadera historia que los escritores narran a través de las páginas que han escrito, en este caso, la historia que Herbert nos legó desde los años sesenta del siglo pasado, lo que representa, desde mi humilde opinión, una pena porque, parafraseando al autor de Dune, hay mundos entre mundos entre mundos desconocidos para algunos y sobrecogedores para otros.

¿La invitación? Es triple: para quienes vean cine (y que no sean lectores aún de los libros de los que derivan algunas de las películas que ven en cines y/o plataformas de straeming), que valoren los beneficios de ser también lectores (en el prólogo de “El mesías de Dune”, Herbert acotó: “uno no escribe para el éxito”, lo que no necesariamente significaba que éste no le importara, sino que al escribir se concentraba en eso y nada más, porque hallaba placer en ello, y en la medida que tuviera éxito, tendría más tiempo para seguir escribiendo… lo mismo podría aplicarse a los lectores: lean por placer, sin otra cosa en mente más que lo que lean… lo demás, lo que sea que cada uno conciba que venga, se dará sin más); para los directores y guionistas que “adaptan” (según ellos para mejorar) libros a películas o series, a que lo hagan mejor, a que respeten las obras de los autores, a que se arriesguen a no tratar como cretinos a sus audiencias y a que valoren (y admiren) las historias escritas; y para los lectores, a que sigan leyendo, a que sean críticos con los libros que leen y que sean críticos también con las películas o series que vean, sin caer en exageraciones o fanatismos sin sentido.

¿Recomiendo el libro de Dune? Si te gusta la ciencia ficción, sí. Si has encontrado atractivas las historias de Isaac Asimov y Arthur C. Clarke, seguro te gustará este libro. No esperes una historia colmada de peleas y encontronazos (no es una historia de acción o de aventuras). La obra de Herbert parece más un libro de teatro escrito en prosa. El encuentro de algunos personajes y sus diálogos, como el de Hawat y Jessica en Arrakeen, son sumamente interesantes. Cada capítulo es un acto y muchos de los conflictos bélicos son acontecimientos que ocurren tras bambalinas o que solo se mencionan como hechos ya consumados, por ejemplo, la traición de los Harkonnen que causa el asesinado del duque Leto y el destierro de Paul y Jessica de Arrakeen (con trampa artera incluida) ocurre, prácticamente, de un momento a otro.

Otro aspecto importante a considerar es que la historia de Paul no es el camino del héroe como las películas pretenden presentárnoslo. Dune no describe el conflicto entre personajes buenos y malos o entre personajes malos y otros más malos. Por eso resulta una novela interesante: la complejidad de su trama se asemeja a la realidad de muchas sociedades. Su asunto es la venganza, y sobre todo, la encarnizada batalla por el poder de unos sobre otros, y Paul entroniza la consumación de una trama fraguada transgeneracionalmente, para crear a un ser que se impondrá por encima de todos, en dimensiones que hasta entonces parecían insospechadas para todos los involucrados en tamaña maquinación (en particular, para las Bene Gesserit).

En algún sentido, Dune implica una crítica social y una alerta para tener cuidado con las personas que engrandecemos y que ponemos en la cúspide del poder, porque las consecuencias de incurrir en prácticas poco prudentes pueden ser funestas y condenar a sus gobernados a muchos años, incluso siglos, de implacable tiranía. Así pues, resulta aconsejable abordar el libro con las expectativas correctas. ¿Los apéndices? Los encontré ilustrativos, sobre todo el referente a la ecología de Dune, pero, en términos generales, recomendaría tomarlos como una mera fuente de consulta, sobre todo, para tener mayor claridad sobre la terminología que usa el autor para la creación de toda una cosmología en torno a la cultura, la política y la religión de los diferentes grupos que se describen.

¿Recomendaría Dune? Definitivamente, tanto la lectura de la saga como ver las películas que se han derivado de ella. ¡Feliz lectura!

Por: Fernando Reyes Baños

Editor: Guillermo Castillo

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