Reforma Judicial: La Cuarta Transformación o el Gatopardo | Directo y Sin Escalas



Por: Gerardo Herrera

Luego de cancelarse la ponencia de la ministra Lenia Batres Guadarrama, en el marco del Sexto Foro de Discusión para la Reforma Judicial, que tenía programada para el viernes pasado en Puebla debido a protestas, y que trabajadores del Poder Judicial han iniciado en el primer minuto de este lunes un paro de labores, me parece importante hacer una revisión objetiva:

La Reforma Judicial promovida por la Cuarta Transformación (4T) y el bloque de legisladores de Morena promete ser un cambio de juego en el ámbito judicial, aunque no sin generar un sinfín de preguntas.

La Comisión de Puntos Constitucionales de la Cámara de Diputados está a punto de discutir y votar un dictamen que ha sido modificado más de 100 veces. Esta reforma, que aborda la estructura y el funcionamiento del Poder Judicial, parece estar diseñada con la meticulosidad de un relojero suizo y el impacto de una bomba de tiempo.

Entre los cambios más llamativos, destaca la reducción de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) de 11 a 9 miembros, un movimiento que recuerda la famosa cita de Montesquieu: “La justicia es el más alto poder, y debe ser guardiana de los derechos”. Pero si el número de guardianes se reduce, ¿estarán los derechos igualmente custodiados?

La reforma también propone la eliminación del Consejo de la Judicatura Federal, reemplazado por un nuevo órgano de administración judicial y un Tribunal de Disciplina Judicial, como si fueran los nuevos árbitros en un partido que, hasta ahora, ha sido muy disparejo.

El dictamen sugiere que la presidencia de la SCJN será rotada cada dos años, en una danza de sillas que, aunque moderna, podría ser tan caótica como la política misma.

Según el artículo 103 de la Constitución, “Los juicios deberán ser públicos y las sentencias motivadas”, pero ¿cómo se ajustarán estas nuevas reglas para garantizar la transparencia y la calidad de la justicia?

Otro punto de la reforma es la eliminación del límite de edad de 35 años para ser ministro, un cambio que permitirá a jóvenes con títulos en Derecho y alguna experiencia entrar en el ruedo. En este sentido, la reforma parece abrir la puerta a una nueva generación de jueces, pero la pregunta es si la calidad de las determinaciones, la madurez y la experiencia se mantendrán en el camino.

La reforma también estipula que la elección de jueces y magistrados será mediante voto libre, directo y secreto, con comités de evaluación propuestos por cada poder del Estado. Aquí, la democracia se mezcla con la burocracia en un cóctel que podría ser tanto refrescante como intoxicante.

El proceso electoral durará 60 días y los candidatos deberán financiar sus campañas con recursos propios, un cambio que, en la teoría, elimina el financiamiento corrupto, aunque en la práctica podría hacer que solo los más adinerados puedan participar.

Las resoluciones de la SCJN podrán declarar la invalidez de normas con una mayoría de seis votos, en lugar de los ocho anteriores. Esta reducción en el umbral de aprobación podría ser vista como una manera de hacer el sistema más ágil, aunque también podría abrir la puerta a decisiones menos consensuadas. La frase de Aristóteles, “La justicia es el equilibrio entre la libertad y la igualdad”, nos recuerda que cualquier cambio debe buscar un justo equilibrio.

Finalmente, la creación del Tribunal de Disciplina Judicial, con ciudadanos eligiendo a sus miembros, suena como un intento de acercar la justicia al pueblo. Sin embargo, cualquier intento de democratizar la justicia también debe enfrentar el desafío de garantizar que la selección de estos ciudadanos sea justa y no una mera representación simbólica y con tintes políticos.

En resumen, la Reforma Judicial promete ser un cambio fundamental en el sistema judicial mexicano, pero como en toda gran reforma, el diablo está en los detalles.

A medida que el dictamen se acerca a la votación, solo el tiempo dirá si este ambicioso proyecto será la panacea que necesita el anquilosado sistema, o como acuñó el escritor italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa en “El Gatopardo”, “que todo cambie para que todo siga igual”, seguiremos teniendo a mercaderes como jueces.

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