Mueren más de 500 mexicanos en la frontera con Estados Unidos; aumentan los riesgos por nuevas rutas migratorias
Pese a que los cruces de mexicanos hacia Estados Unidos han disminuido más de 80 % desde el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, el número de connacionales que pierden la vida en la frontera se ha duplicado en el último año. De acuerdo con la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), entre enero y septiembre de 2025 han muerto 582 personas mexicanas, frente a las 291 registradas en el mismo periodo de 2024.
Las causas más frecuentes son el ahogamiento en el río Bravo, los accidentes carreteros y el golpe de calor en el desierto, donde las temperaturas han alcanzado hasta 55 °C. La frontera entre Sonora y Arizona, identificada por la Organización Internacional para las Migraciones como una de las más peligrosas del mundo, concentra la mayoría de los decesos. En esa zona, los migrantes se internan cada vez más lejos de los puntos de control, en rutas sin asistencia y con escasa posibilidad de rescate.
“Los migrantes están siendo empujados hacia caminos más remotos, fuera del alcance del muro y de la vigilancia. Ahí los traficantes los abandonan, y muchos mueren deshidratados o de hipotermia”, explicó John Jaker, miembro de la organización méxico-estadounidense Los Armadillos, dedicada a la localización de personas desaparecidas en el desierto de Arizona.
Frente al aumento de muertes, la Embajada de Estados Unidos en México lanzó una campaña de advertencia bajo el lema #NiLoIntentes, con el mensaje de que “la frontera está cerrada”. La representación diplomática exhortó a la población a no dejarse engañar por traficantes que prometen cruces seguros o caravanas inexistentes. “A los polleros no les importa tu vida”, enfatizó el vocero David Arizmendi, al recordar que la mayoría de quienes intentan cruzar son detenidos o deportados.
Mientras la vigilancia fronteriza se endurece, los riesgos humanitarios se multiplican. Las organizaciones civiles han insistido en que las políticas de disuasión y cierre no eliminan la migración, sino que la vuelven más peligrosa. En los desiertos y ríos del norte, cientos de cuerpos quedan sin identificar cada año, convertidos en el rastro silencioso de una crisis que se extiende más allá de los límites geográficos.




