De capo a recluso: El Chapo asegura estar al borde de la locura en la cárcel más segura de Estados Unidos

Joaquín “El Chapo” Guzmán, uno de los narcotraficantes más buscados del mundo, hoy se queja de estar al borde de la locura mientras cumple su condena de cadena perpetua en la ADMAX de Florence, Colorado, la prisión de máxima seguridad más estricta de Estados Unidos.
De acuerdo con el medio Milenio, en cartas inéditas, el mexicano relata un tormento diario de “aire caliente, gases y privación del sueño”, todo mientras recuerda que en su época dorada era capaz de evadir la ley con túneles y escapes cinematográficos.
Entre paredes de concreto, una pequeña ventana y recreos limitados, El Chapo asegura que sus captores quieren matarlo lentamente y lo acusan de padecer estrés, depresión y problemas de presión arterial, efectos que atribuye a un cruel dispositivo que “libera gases” en su celda.
Paradójicamente, aquel que ordenó torturas y asesinatos en México ahora suplica por atención médica y apoyo psicológico, mientras su rutina diaria consiste en intentar aprender inglés para poder “comunicarse con el equipo de la prisión”.
Además de las supuestas torturas, Guzmán Loera denuncia que su dieta es insuficiente, con comida de baja calidad y agua vieja, y que apenas puede ver a su familia: dos hijas gemelas y una hermana que apenas lo visitan un par de veces al año.
La situación contrasta irónicamente con los lujos y la libertad que disfrutaba en Sinaloa, donde comandaba ejércitos de sicarios y controlaba rutas de cocaína hacia Estados Unidos, causando miles de muertes.
El Chapo incluso se queja de la notoriedad que lo persigue: en prisión sufre burlas y acoso por parte de los guardias, un pequeño precio por su antiguo imperio criminal. Mientras él se siente víctima de un “trato inhumano”, sus víctimas recuerdan la violencia que desató durante décadas, recordando que la realidad de sus acciones no tiene nada que ver con las restricciones de su celda actual.
Pese a todo, Guzmán Loera mantiene esperanzas de modificar sus condiciones y acceder a más contacto con sus familiares, aunque reconoce que la comunicación es lenta y limitada. Entre la ironía y la autocompasión, El Chapo pasa sus días en la cárcel más segura del mundo, donde el capo que una vez gobernó Sinaloa ahora sobrevive a base de cartas, ejercicios breves y quejas sobre un aire caliente que, según él, podría matarlo.