Escuchar



Alteridades Escuchar Israel León O’Farrill Palabras clave: escucha, atención, alteridad, respeto, comunidad.
Alteridades Escuchar Israel León O’Farrill Palabras clave: escucha, atención, alteridad, respeto, comunidad.

Se suele decir que, al buen entendedor, pocas palabras. Pero ¿a qué se refiere este dicho? Que, cuando se tiene la voluntad de escuchar, la atención se coloca en el otro y argumentos y mensaje serán captados. Ello, en sí mismo, no representa un acuerdo, pero quizá es un punto de partida para que se dé. Todo eso suena interesante, pero ¿qué entendemos por escuchar?


Según el filósofo Carlos Lenkersdorf en su libro “Aprender a escuchar, enseñanzas maya- tojolabales” (2008) es un asunto complejo que va más allá del acto de oír. Según él, oímos “palabras, muchas palabras, las oímos pero no las escuchamos, es decir, no nos esforzamos a fijarnos en lo que podríamos escuchar”. Entonces, el problema radica en la atención y una cierta pasividad que permite que nos dejemos llevar por el discurso del otro y recibir aquello que nos entrega. Lenkersdorf precisa que el “recibir escuchando nos transforma sin que lo esperásemos. Nos afecta de modo inimaginable. (…) El recibir encierra un secreto: es el otro, son los otros cuyas palabras no las hacemos, no son producto de nuestro actuar, sino que vienen de fuera y nos sacan del centro donde nuestro yo prefiere estar para mandar, dirigir y estar arriba”. Para él, formar una comunidad dialógica activa es el resultado final de la escucha.

Escuchar, atentamente, es dejarnos llevar, como en el baile, por el discurso ajeno, sus inquietudes, su vitalidad, su historia; es fascinarnos por lo que ese ser de enfrente llega a ser una vez que, con atención, le escuchamos. Pero a su vez, como señala Leonardo Ordoñez Díaz, de la Universidad de Rosario en Argentina, en sus “Claves para aprender a escuchar con atención”escuchar “bien es una habilidad intelectual porque requiere agudeza y buen juicio, pero es a la vez una habilidad ética porque requiere apertura y paciencia”. Por consiguiente, una escucha atenta, razonada, ética, nos acerca a integrar un nosotros, a formar una comunidad cimentada en el diálogo.

Tristemente, si nos fijamos bien, llevamos décadas en que poco escuchamos, atentos, con deseos de aprender. En realidad, oímos lo que queremos y hablamos, eso sí, mucho y, trágicamente de poco. Cuando somos adolescentes, por ejemplo, nos quejamos de que los adultos, nuestros padres y autoridades, no nos escuchan y tenemos la razón.

¿A qué se debe lo anterior? A que nuestros padres son quienes saben, los que guían, los que enseñan, tal como pasa con los maestros de las escuelas y las autoridades políticas. Esto se da pues no nos interesa escuchar, pues estamos tan llenos de nosotros mismos y tan embelesados de nuestra palabra, que poco queda para poner atención a alguien más. Pero también, como pasa en el mundo, lo que hay es una imposición de discursos únicos, de ideas ejemplares y modelos éticos, políticos y económicos, tan “probados y garantizados”, que escuchar a alguien, especialmente si lo consideramos inferior, está negado.

¿Escuchamos los llamados de comunidades, científicos y activistas que alertan sobre el calentamiento global? No, ¿para qué? Es como esa postura cómoda que asumía un amigo que afirmaba que ya nos encontrábamos en el punto de no retorno de la debacle ecológica, así es que, ¿para qué preocuparse? Contamina lo que quieras que ya nuestro destino está echado.

¿Escuchamos a esa mujer que vive violencias diversas por parte de su pareja? ¿Para qué, dirá ese juez o esa magistrada, si son necedades de una feminista que no quiere aceptar su lugar? ¿Escuchamos a esas comunidades que luchan en contra de una minera canadiense, mexicana, gringa, que no sólo destruye su entorno y salud, sino también sus espacios sagrados?

¿Para qué, dirán esos defensores del neoliberalismo y el capitalismo más agresivo y atroz, si de lo que se trata es de activar la economía y garantizar los capitales a como dé lugar? El progreso y el desarrollo son los más grandes pretextos que han esgrimido gobiernos, empresarios y no pocos intelectuales para no escuchar y para justificar sus depredadoras intenciones económicas. Hoy, más que nunca, el valor de escuchar se manifiesta como una necesidad casi tan importante como respirar. Y ustedes, tú que estás leyendo esto en el baño y tú que lo haces en la oficina, ¿me están escuchando? 

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