Empatía

¿Qué sentirías si uno de tus hijos recibiera un balazo en la cabeza simplemente porque buscó algo de comida? ¿O que tus padres dedicaran sus días a recoger cuerpos de personas fallecidas? Supongo que no te gustaría.
De pensarlo, de colocarle un rostro conocido a alguna víctima de todo esto que cuento, se me pone la piel chinita. Eso, de manera muy burda y egoísta, podría ser el principio de la empatía. Según la neurocientífica y escritora Samah Karaki, entrevistada para el portal Untoldmag, la empatía proviene “del concepto alemán Einfühlung, en el ámbito de la estética, que significa «sentir dentro»: la idea de experimentar lo que otra persona está experimentando o sumergirse en una obra de arte”.
Esto que resulta ser primordial cuando nos adentramos al estudio y al trabajo con las alteridades, es decir, con las y los otros, es un punto de partida esencial. Pero, en realidad, implica que no necesitamos experimentar lo que el otro vive para darle importancia, como tampoco es necesario que nuestro sistema de valores coincida para reconocer la importancia de su existencia en este mundo. Es estar siendo con los demás, que también están siendo. Hasta aquí, pienso que todos, en esencia, estamos de acuerdo con lo anterior. Sin embargo, como se dice coloquialmente, hay de empatías a empatías.
¿Qué sucede cuando la empatía se construye a partir de las reglas de una de las partes?, es decir, cuando, un pensamiento dominante es el que determina cuál es el camino por seguir y cuál es el modelo en que ese sentir juntos debe experimentarse. Entonces, la empatía se convierte en una herramienta discursiva, política y, en casos extremos, el pretexto para cometer actos deplorables en cualquier otra circunstancia.
Por ejemplo, según agudamente analiza Adán Sutcliffe en su artículo “¿De quién son los sentimientos? Memoria del Holocausto, empatía y antisemitismo redentor”, publicado en 2024 en la Revista de Investigación sobre el Genocidio, “la memoria del Holocausto se ha convertido, como ha argumentado Enzo Traverso, en una ‘religión civil global’ según la cual las democracias occidentales se jactan de su virtud y evalúan el estándar moral de otros regímenes. Los referentes históricos y las prioridades conmemorativas de la memoria internacional del Holocausto son indudablemente eurocéntricos”.
Por tanto, la singularidad del Holocausto, como figura indiscutible de genocidio, queda como la única versión legítima. Todos los demás acontecimientos en África, Asia y América pueden no serlo, si nos atenemos solamente a esta perspectiva.
Esto ha hecho que la empatía válida no sólo se centre en el sentir y el vivir de cualquiera, sino de otro muy especial, con señales muy específicas, que está racializado, que suele ser blanco y que goza en su construcción discursiva de una persecución histórica: el pueblo judío, la víctima perfecta.
Para Occidente, principalmente para Estados Unidos y Europa en general, es justo tener empatía con los judíos por ser víctimas del Holocausto, genocidio singular; pero tenerlo con los palestinos en Gaza, eso es muy diferente. Ese otro, marcado por la islamofobia, racializado también y categorizado como terrorista, no merece empatía.
Se trata entonces de una virtud exclusivamente occidental que la ha integrado en los sistemas morales que se pretenden universales y todo aquello que salga de esos parámetros, es peligroso.
Ejemplo claro lo vemos cuando se acusa de antisemita a quien esté a favor de la causa palestina o a quien diga que en ese conflicto Israel está cometiendo un genocidio. De hecho, como dice Karaki, en este mundo de hoy, so pretexto de las emociones como, por ejemplo, la reacción “legítima” contra un atentado, se respaldan desde los medios de comunicación internacionales las atrocidades cometidas por Israel o, como ha sucedido, simplemente se callan o se minimizan.
Es crucial en este mundo de hoy, tan enfocado en las necesidades de los individuos, que fomentemos otra empatía, una que nos lleve no sólo a imaginar la experiencia del otro, sino a respetarla como si de lo propio se tratara. Debemos empezar por el espacio que nos rodea, nuestra familia, amigos, vecinos, conocidos y gente en general. Todos somos importantes, debemos entenderlo. Dejemos de ser empáticos de Instagram o de “cadena de oración” e integremos conexiones reales, de vida y respeto.