¿Humor?

“¡¿Qué pasó, mi estimado Obama, así naciste de prieto o te dio mucho el sol?! ¡Aaahhhnasecrea, es broma!”; “Oye ¿y así eres de mariposón o te hicieron los besos que te diste con tu compadre?, ¡jejejejeje, es puro cotorreo!”; “¿a ti te gustan las mujeres, o por qué no trajiste novio a la reunión? No me veas así, es chiste… pero ya en serio, ¿sí te gustan los hombres? ¡Jajajaja, es juego!”
Parece chiste, pero no lo es. En México nos preciamos de reírnos de todo, hasta de la muerte, según dijera Octavio Paz. Sin embargo, es común que detrás de frases simpáticas o ingeniosas, lo que se oculta es discriminación pura. Por ejemplo, los apodos son una manera ingeniosa de llamar a un compañero, amigo o familiar. Son muy usuales en equipos deportivos o en salones escolares. Tienden a ser pícaros y ocurrentes, pero también suelen fijarse en condiciones físicas o de personalidad que no son agradables para la persona aludida. El color de la piel, la complexión física, la forma de hablar, el acento, el origen, siempre vienen bien para caracterizar a alguien. ¿Parece simpático? Bueno, sugiero que le preguntes a quien sea que lleve el apodo si es que le gusta o lo acepta a regañadientes para no discutir o para ser aceptado en el grupo.
Otro ejemplo son los chistes homofóbicos, misóginos, racistas o clasistas que cada vez más tienden a ser políticamente incorrectos. “Es que ya no aguantas nada” te dirá ese amigo homofóbico de closet o “pero antes te parecía divertido” te reclamará la tía ácida y racista que todos tenemos y que se cree muy simpática. El asunto es que no sabemos o quizá hasta ni nos importe, si en nuestro entorno existe alguien que está luchando por aceptar su orientación y tú, con tus chistes, se lo haces más difícil. Además, al igual que los tiempos, la gente cambia y lo que antes podría parecerte chistoso, hoy ya no lo es.
También, el meternos en la vida de los demás, el criticar sus decisiones y disfrazarlas de chiste o de comentario mordaz, no tiene que ser bien recibido por nadie. Ni tu sistema moral es el correcto ni la forma en que pretendes imponerlo es agradable. No está bien disfrazar la crítica con ironía o humor “negro”. No es chiste, es discriminación; para colmo, eres un metiche que husmea en la vida de los demás. No porque le sueltes un comentario cáustico “inteligente” a alguien disimulará el desprecio o la burla que le profesas. Esto es particularmente desagradable cuando se da entre familiares o entre grupos de amigos de hace muchos años. ¡Que te valga tres hectáreas lo que la gente hace y deshace con su vida! Todo esto que hablamos tiene que ver con la forma en que concebimos a los demás, al otro, a la otra. Si pienso que quien está frente a mí es persona, que es alguien como yo, pues no me fijaré en sus diferencias; pero si lo que quiero es medir a todos los demás con mi propia vara, nadie estará a mi nivel y entonces, desde mi “superioridad moral” habré de criticarlos o de reírme de ellos. En realidad, ¿qué tanto disfrazo mis propios prejuicios y problemas de autoestima detrás del humor?
Para Mijaíl Bajtín, filósofo ruso que centró su pensamiento en una filosofía del ser, a grandes rasgos, la existencia de nosotros está estrechamente ligada a la de los demás; esto es que, no sólo existimos porque somos seres humanos, sino lo hacemos en un mundo de relaciones humanas que nos dan sentido y nos validan. Por tanto, al reírme de otros, al poner el acento en sus diferencias, hablan mis prejuicios y el deseo desesperado de mostrarme “mejor” o “superior”, lo que me separa de esa conjunción colectiva con los demás, que es lo que en realidad me completa y me hace ser. Todos somos diferentes, todos somos maravillosos y todos somos capaces de reír, una condición humana fascinante y edificante. ¿Merece la pena ocuparla para destruir a alguien? Ya no resulta tan divertido ¿verdad?