Innovar sin romper: Azorín y el bisturí, de la presidenta

Claudia Sheinbaum inició su mandato bajo una premisa compleja: continuar una transformación sin repetir los excesos del poder. La presidenta —más técnica que carismática— parece entender que el país no necesita nuevas proclamas, sino reformas que resistan el paso del tiempo. En ese camino, su estilo recuerda a Azorín, quien advertía que “contra lo que el tiempo ha ido estratificando, sólo con el tiempo se puede luchar”.
En esta coyuntura, dos decisiones recientes ilustran bien esa filosofía de fondo: la pausa a la reforma de telecomunicaciones y el arranque del Plan Nacional de Vivienda. En ambos casos, se evita el maximalismo. Se gobierna con bisturí.
La propuesta de una nueva Ley de Telecomunicaciones y Radiodifusión generó preocupación por su potencial de concentración y censura. La reacción de Sheinbaum fue pausarla. Convocó a especialistas, académicos y legisladores para revisar a fondo su contenido. En lugar de avanzar con soberbia, eligió replegarse estratégicamente.
Este gesto no es menor: en una democracia frágil, saber retroceder puede ser más valioso que imponerse. Azorín habría aplaudido el movimiento: “el político que quiere hacer algo útil a su país… debe llevar las reformas con discreción y sigilo”.
El mensaje es claro: la presidenta no busca sumar poder por vía legal, sino evitar alarmas innecesarias. Prefiere corregir antes que confrontar, una señal de inteligencia política en tiempos donde las redes amplifican cualquier sombra de autoritarismo.
En paralelo, el Plan Nacional de Vivienda proyecta construir un millón de casas y rehabilitar 450,000 más. Pero más allá del número, lo interesante es el cómo: se apuesta por recuperar viviendas abandonadas, activar esquemas de renta con opción a compra, y focalizar esfuerzos en zonas urbanas con servicios.
No se trata de imponer ciudades modelo desde el escritorio, sino de intervenir con respeto al tejido social. Frente al desorden inmobiliario que dejó el pasado, el enfoque de Sheinbaum es quirúrgico: transformar sin desplazar.
Azorín lo habría resumido con una metáfora más simple: “que sean veinte los galopines en vez de ser cincuenta”. Es decir, si no se puede lograr la justicia plena, al menos que se avance con menos daño, más criterio, y pasos medidos.
Estos dos casos revelan algo profundo: el nuevo gobierno no se siente obligado a impresionar, sino a funcionar. A diferencia del sexenio anterior, que vivió de épica, Sheinbaum parece apostar por lo técnico, lo gradual y lo efectivo.
¿Basta eso para transformar al país? No. Pero es un inicio que, al menos, no desprecia la complejidad. Como dijo Azorín: “las cosas se han ido formando lentamente”. Y sólo con inteligencia —no con gritos— se pueden transformar
Por Ricardo Martínez Martínez
@ricardommz07