¿Símbolos que nos mueven? 80 años de la caída de Berlín y 700 años de la fundación de Tenochtitlán

En 2025, dos aniversarios de peso histórico han pasado de este lado de occidente un tanto olvidados: los 80 años de la entrada del Ejército Rojo en Berlín, que marcó el colapso del nazismo, y los 700 años de la fundación de México-Tenochtitlán, el corazón pulsante de la civilización mexica.
Para México, estas fechas no son meros recuerdos; son símbolos vivos que nos retan a mirar el pasado con ojos nuevos, no para quedarnos en la nostalgia, sino para impulsar un futuro de justicia, libertad y reconciliación. Los símbolos no son estatuas inmóviles, sino antorchas que alumbran el camino hacia un México y un mundo más justos.
La caída de Berlín en abril de 1945 fue más que un triunfo militar; se trató de la derrota de una ideología que negó la dignidad humana. Cuando la bandera soviética ondeó en el Reichstag, el mundo respiró aliviado, pero también enfrentó una verdad incómoda: la libertad ganada a menudo viene con nuevas luchas.
Para los mexicanos, esta lección resuena profundamente. Nuestra historia —desde la Independencia de 1810 hasta la Revolución de 1910— está tejida de batallas contra la opresión, de momentos en que el pueblo se levantó para reclamar su voz. Berlín nos recuerda que la democracia no es un regalo eterno; es una conquista que exige vigilancia. En un México donde las instituciones democráticas enfrentan retos, este símbolo nos llama a defender la transparencia, la pluralidad y el respeto al Estado de derecho con la misma tenacidad que antaño se hizo.
Por otro lado, los 700 años de Tenochtitlán son un orgullo que late en el alma mexicana. Fundada en 1325, según las crónicas mexicas, la ciudad sobre el lago Texcoco fue un prodigio de ingenio: sus chinampas, templos y mercados reflejaban una sociedad compleja y vibrante. Paradójico todo esto en un México donde los pueblos originarios aún luchan por reconocimiento y equidad, honrar a Tenochtitlán significa corregir las deudas históricas. Significa escuchar las voces de las comunidades indígenas, integrar su sabiduría en nuestro presente y construir un país que no solo mire con orgullo sus raíces, sino que las haga florecer. La grandeza mexica nos enseña que la cultura es resistencia, pero también un puente hacia la unidad en un país diverso.
Estos aniversarios, aunque distintos en tiempo y espacio, comparten una lección: los símbolos tienen poder cuando los hacemos nuestros. Berlín nos advierte que la libertad es frágil y que el autoritarismo, en cualquier forma, acecha cuando bajamos la guardia. Nos inspira a fortalecer nuestras instituciones, a fomentar el diálogo y a rechazar la polarización que amenaza con dividirnos. Tenochtitlán, por su parte, nos desafía a construir un México incluyente, donde la riqueza cultural no sea solo un discurso, sino una realidad tangible en políticas públicas, educación y oportunidades. En un mundo donde el pasado a menudo se usa para justificar odios o exclusiones, estos símbolos nos piden lo contrario: que los usemos para sanar, unir y avanzar.
Como mexicanos, llevamos en la sangre la capacidad de transformar el dolor en esperanza, de convertir los retos en oportunidades. Berlín y Tenochtitlán no son solo fechas en un calendario; son espejos que reflejan quiénes hemos sido y faros que nos guían hacia quiénes podemos ser. Que estos 80 y 700 años nos impulsen a defender la libertad conquistada, a honrar la diversidad que nos define y a soñar un México donde el pasado no sea una sombra, sino una fuerza que nos eleve.
José Ojeda Bustamante
@ojedapepe