Libros impresos & Libros electrónicos | El Rincón Bibliófilo



Ustedes no están para saberlo ni yo para contarlo, pero a finales del año pasado, durante el mes de mi cumpleaños, me compré un presente que hasta el momento de escribir este artículo ha resultado ser el mejor obsequio que, como lector asiduo, pude haberme hecho: me autorregalé un Kindle, es decir, un dispositivo de tinta electrónica (o e-reader), con el cual podría leer, según cuenta la leyenda propagandística de Amazon, libros digitales como si los leyera en papel, con las ventajas de que mi experiencia lectora se caracterizaría por una mayor portabilidad y comodidad (desde que lo desempaqué pude notar que el dispositivo en cuestión, seguramente por ser la versión básica, es ligero y con facilidad puede sostenerse con una sola mano), además de que su tecnología contribuiría a disminuir la fatiga visual que pudiera experimentar después de leer largo rato o en condiciones de mucha o poca luz.

Debo admitir que la adquisición de este artículo, que pudo ser de cualquier otra marca, por ejemplo: Kobo, Pocket Book u Onyx Boox, no fue arbitraria, ya que fue precedida por dos años de pesquisas que me sirvieron para conocer mejor el abanico de opciones disponibles en el mercado y como tales dispositivos, aun cuando se trate del modelo más básico de la marca que sea, ciertamente representan una inversión más o menos significativa, decidí esperar el momento propicio… ¿o debo decir, la promoción más conveniente a mi bolsillo? Finalmente, unas semanas antes de mi cumpleaños, me dije: ¿por qué no? Y así fue que, al cabo de un par de semanas de pedirlo, llegó el dispositivo a mis manos, aunque debo aclarar que no lo traje del tingo al tango tan pronto lo tuve porque, dado que tales artefactos son más o menos delicados (y uno desea, además que le duren lo más posible), esperé a contar con los accesorios elementales para su cuidado y, así sí, llevarlo conmigo como antes lo hacía con un libro impreso (mi recomendación, claro, es hacerse de al menos una funda y una mica, para protegerlo del polvo y la intemperie).

Ahora, una cuestión a resolver: ¿noté alguna diferencia en el ritmo con que leo libros digitales usando este dispositivo de tinta electrónica en comparación con el ritmo con que leía libros impresos? Obviamente, cualquier respuesta que pueda brindar al respecto sería una conjetura, matizada por la experiencia que ahora tengo como lector híbrido, es decir, que alterna entre libros impresos y digitales, al margen de la cuestión de que leer no se limita solamente al ritmo con que se lee, por lo que mi opinión tendría que considerarse a priori como subjetiva, pero, avanzando adrede por esta senda, simplifiquemos un poco las cosas, y con poca o mucha ingenuidad, hagamos de cuenta que, efectivamente, el ritmo de lectura indicara alguna clase de mejoría dependiendo de que éste aumentara leyendo cierto tipo de libros en contraste con otro, en este caso, libros impresos & libros electrónicos, entonces, apoyándome en mi experiencia lectora, tendría que decir que sí, que hubo un aumento en mi ritmo lector, cuestión de la que me percaté al contabilizar los libros que he leído desde la adquisición del Kindle: sin contar el libro que estoy leyendo en estos momentos (No soy un robot, de Juan Villoro), de noviembre de 2024 a abril del presente año, he leído los siguientes títulos: Libros de sangre, Volúmenes 1 y 2, y Cabal, de Clive Baker; Cuentos, Volumen 1 (1908 – 1925) y Volumen 2 (1926 – 1935), de H. P. Lovecraf; Orgullo y prejuicio, de Jane Austen; Almas muertas, de Nikolái Vasilievich Gógol; Manual del español incorrecto, de Adrián Chávez; El cerebro en movimiento, de José Luis Trejo; Mendel el de los libros y Novela de ajedrez, de Stefan Zweig; Casa capitular (Dune 6), de Frank Herbert; El misterio de Salem´s lot, de Stephen King; y El mito de Sísifo, de Albet Camus; es decir, 14 libros, algo así como 2.3 libros por mes en casi medio año, ¡Todos ellos libros electrónicos!

Como lo referí antes, teniendo como brújula mi experiencia previa como lector asiduo, mi impresión es que he leído más usando un dispositivo de tinta electrónica que si hubiera leído, durante el mismo periodo, libros impresos, pero… ¿Este “leer más” podría implicar alguna otra clase de mejoría, por ejemplo, leer mejor o comprender mejor los textos? Evidentemente, nuestra ingenua intención de simplificar las cosas resulta insostenible ante semejante dilema, por lo que tendríamos que renunciar al cómodo “hacer de cuenta”, para admitir: uno, que cantidad no siempre es igual a calidad, y aunque no tenga por ahora a la mano elementos para confirmar o refutar que el presente caso sea un ejemplo o una excepción de esta máxima procedente de la vox populi, ciertamente, habría que considerar que las propiedades particulares referidas sobre los e-readers (portabilidad, comodidad y efecto papel), a las que habría que agregar su biestabilidad y bajo consumo de energía, favorecen que el lector pueda leer más veces al día en comparación con las veces que leía antes o, incluso, por un tiempo más amplio que antes; y dos, que mi particular forma de abordar la cuestión haya pecado, desde un principio, de exacerbada simpleza, básicamente, porque la relación que se crea entre el lector y el texto adquiere particularidades que, en parte, se derivan del formato usado para leer, ya sea piedra, arcilla, papiro o pergamino, como en otros tiempos se hacía o, como se hace en esta etapa de la historia, todavía en papel, y cada vez con mayor frecuencia, en formato digital, es decir, al margen de la complejidad propia del acto de leer, el formato que hace posible el acceso al texto y que contribuye a crear un vínculo entre el lector y el texto involucra, a su vez, una complejidad que le es propia, por lo que a continuación revisaremos, pormenorizadamente, algunas características que, en conjunto, singularizan la lectura usando uno u otro formato.

Libros impresos

En términos generales, Guzmán y Cuenca (2022) comentan que, independientemente del formato en uso, el libro se ha constituido históricamente en un ecosistema de conocimiento para la humanidad.

A pesar de su aparente competencia con los e-books, el formato impreso sigue representando para las generaciones actuales la iconografía que se concibe, de manera instantánea, cada vez que se alude al tema de los libros, probablemente, porque los libros en ese formato son parte de lo que tales generaciones esperan de la normalidad y la cotidianidad de leer en la época en la que viven (no en balde, muchas personas suelen referirse a los libros impresos como tradicionales). No es de extrañar que autores como Irais (2022) afirme que los libros impresos sigan siendo los favoritos entre los lectores contemporáneos, aseveración que sustenta en las siguientes ventajas: por un lado, su cualidad de estimular la memoria espacial del lector, permitiéndole ubicar, de manera visual, los párrafos y recordar mejor el contenido; y por otro lado, ofrecer una experiencia sensorial única para el lector, que puede abarcar desde el aroma del papel hasta la sensación de pasar las páginas. Sobre este último punto, con la intención de clarificar su sentido, me permito compartir, de manera extensa, la descripción que Castañeda (2024) hace sobre su experiencia lectora con libros impresos:

El aroma de los libros viejos, de esos libros que ya tienen una vida, anterior a la tuya, que les hace aún más interesantes, como aquellas damas de cierta edad que con una sonrisa parecen revelar todo, pero no revelan nada… ¿Quién podría saber en qué lugares han reído antes, que ojos han visto todo de ellos? ¿Qué manos los han recorrido con amor? ¿Cuántas vidas han cambiado con su presencia? O en cambio: el olor del papel nuevo, de la tinta recién estampada, el peso (de las palabras impresas). El tacto de esos libros encuadernados en tafilete, nervios en el lomo y corte de oro. O el del papel de ediciones rústicas, pero de diseño esmerado, que no puedes esperar a leer. O el gusto de estampar mi ex-libris en algún libro recién comprado, para hacerlo verdaderamente mío, para ser leído por primera vez…

Como legado del pasado, Irais (2022) comenta que el libro impreso, de cuerpo presente ante nosotros y cuyos atributos demandan el involucramiento de todos nuestros sentidos, constituye un símbolo cultural, que suele asociarse con la literatura, la identidad intelectual, y agregaría también, la ciencia y la voluntad de mantener activo nuestro cerebro. Es innegable: el libro electrónico sigue ganando terreno, pero el impreso sigue vigente. La autora señala que, en México, 7 de cada 10 lectores prefieren leer en papel antes que usar E Ink. Hay propiedades que los libros impresos tienen que los electrónicos no tienen (¿Todavía?): son coleccionables (aspecto que resulta valioso para muchos lectores cuando se trata de ediciones especiales), cada libro es único justamente por sus características físicas (no solo por cómo hayan sido editados, sino también por la historia particular que van guardando con ellos al paso del tiempo), son prácticos cuando el lector desea hacer anotaciones, señalar algún contenido o ubicar una página en particular y ¿de qué manera podrían los lectores conseguir el autógrafo de sus autores favoritos sino buscando que éstos estamparan su firma en alguna página inicial de su ejemplar en papel?

Con todo lo dicho hasta aquí, también es justo reconocer que los libros tradicionales tienen sus limitaciones: ocupan espacio, y en la medida que se van adquiriendo más y el lector tiene la posibilidad de armar su biblioteca personal, ocupan más y más espacio; algunos ejemplares pueden ser voluminosos y pesados por lo que no resulta práctico llevarlos de un lugar a otro para leerlos fuera de casa; su precio suele ser elevado al grado que muchos los consideran artículos de lujo; conservarlos en buen estado y evitar su deterioro al cabo del tiempo tampoco es fácil; y por último, un punto importante para las editoriales, su distribución global, en parte por varias de las limitaciones enunciadas antes, ha sido un reto histórico que no ha podido solventarse con éxito.

Libros electrónicos

Las videoconferencias y las aplicaciones que posibilitan su realización, integradas hoy a la cotidianidad en ámbitos como el educativo y el laboral, no fueron los únicos avances tecnológicos que la pandemia por el COVID 19 impulsó, ya que los libros digitales y las compañías que generan la tecnología que hacen posible su uso también incrementaron su popularidad a nivel global. Su asequibilidad y disponibilidad instantánea propiciaron que más personas comenzaran a leer en digital al punto que, en el presente, resulta una modalidad cada vez más cotidiana. ¿Cómo podría haberse evitado la tentación si con un clic era suficiente para adquirir el libro electrónico solicitado sin necesidad de esperar varios días para que un servicio de paquetería finalmente lo entregara? (Irais, 2022).

Parecería que las generaciones actuales somos testigos tan solo de un cambio de soporte, pero tanto Guzmán y Cuenca como Irais, en el año 2022, advierten que se trata más bien de una transformación (o algo muy parecido a la invención de la imprenta en el siglo XV): en términos de circulación, porque los libros digitales están inmersos en una red global, es decir, en contraposición con la actividad individual que tiempo atrás implicaba la lectura tradicional (y que, por ende, se servía de libros impresos), la lectura digital ha reactivado conexiones sociales, principalmente a través de las redes sociales y la Internet, lo que ha permitido la interacción entre lectores de diferentes latitudes, tanto de manera asincrónica como síncrona, quienes comparten comentarios, anotaciones y debates no solo sobre libros electrónicos, sino también sobre las últimas novedades de los dispositivos que se usan para su lectura, incluyendo, claro está, el intercambio de los libros digitales que, en ese momento, tengan más demanda; y en términos de distribución, porque los libros electrónicos no requieren stock, lo que hace posible que muchas personas puedan adquirir el mismo ejemplar a la vez, además de que los lectores pueden disponer de una gran variedad de títulos simultáneamente.

Otro aspecto que abona a pensar que el libro digital es algo más que una mera réplica del libro impreso es su contribución a crear una literatura hipertextual, con obras que, al gestarse de manera directa en las plataformas digitales, tienen la oportunidad de explorar posibilidades que el papel simplemente no puede ofrecer, por ejemplo, la integración de multimedia e interactividad. Como parte de este ecosistema, las plataformas digitales también han facilitado la colaboración entre lectores y autores, permitiendo lo que en otra época habría sido impensable: crear historias de manera conjunta, para su posterior publicación como libros digitales, obras para las cuales, llega a desarrollarse en muchos casos lenguajes propios, que servirán para explorar nuevas posibilidades comunicativas.

Todavía habría algo que considerar: ¡El libro digital sigue evolucionando! Año con año va incorporando mejoras tecnológicas que apuntan a mejorar la experiencia de los lectores, por ejemplo, ajustes de luz, pantallas a color, opciones para subrayar y hacer anotaciones, etcétera (Irais, 2022), razón por la cual, quizá sea muy temprano para definir hacia dónde apunta el desarrollo de esta tecnología.

Pero no todo es un valle de rosas para los e-books. Guzmán y Cuenca (2022) señalan que, aun cuando pareciera que su uso contribuye a reducir la tala de árboles debido, entre otros aspectos, a que prescinden del uso del papel y el transporte (Irais, 2022), además de que los archivos digitales pueden copiarse n número de veces sin inconvenientes “aparentes” (con todo y las medidas de protección habidas y por haber, los archivos siempre pueden presentar cierta vulnerabilidad a ciberataques o virus), su infraestructura (servidores, internet y dispositivos) genera empero, un impacto ambiental negativo, sin mencionar que su producción, distribución y actualización no siempre resultan más baratas para la entidad que los oferta y el acceso a los mismos implica, como condición sine qua non, costos para los lectores que los demandan, tales como el internet y los dispositivos de lectura. Adicional a lo anterior, habría que agregar lo que Guzmán y Cuenca (2022) señalan en términos de conservación: así como el tiempo hace de las suyas con el papel, deteriorándolo con los años, el formato digital debe afrontar, tarde o temprano, la obsolescencia tecnológica.

Del tema de las limitaciones de los libros electrónicos, resulta inevitable pasar al tema de los desafíos que éstos deben afrontar todavía para lograr ponerse a la par de los libros impresos. Guzmán y Cuenca (2022) subrayan, como tema clave de la era digital, el problema del copyright y los derechos de autor. Ningún lector con la suficiente perseverancia podrá decir que miento cuando digo que, hasta el presente, sigue siendo relativamente fácil hacerse de la copia de muchos libros sin necesidad de pagar por su adquisición, situación que, entre otras acciones, implicará la necesidad de modificar, en algún momento, los actuales modelos de protección, cuidando de no afectar a instituciones como las bibliotecas que prestan copias digitales para su consulta. Una alternativa al cifrado, como medida para limitar el uso ilícito de tales copias sería, por ejemplo, los sistemas de suscripción.

Pero, incluso antes que lo descrito en el párrafo precedente habría que considerar circunstancias más graves: no todos los mexicanos tienen acceso a internet, no todos los mexicanos cuentan con los dispositivos adecuados para leer libros electrónicos, y aunque así fuera, ¿cuántos mexicanos, suponiendo que tener los medios para adquirir tales dispositivos no fuera un problema, tendrían la disposición (o el interés) de adquirir un lector de tinta electrónica cuya principal función es leer cuando, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en 2024, los mexicanos leyeron, en promedio, 3.2 libros al año? Dejo en el tintero, por el momento, este cuestionamiento para abordarlo en un artículo posterior.

Así pues, como decimos los mexicanos, ¡Los e-books no la tienen fácil (y, en nuestro caso en particular, los libros impresos tampoco la han librado del todo)! A pesar de los desafíos, Irais (2022) advierte que los libros digitales, con paso lento pero firme, siguen creciendo: en el año 2022, comparte la autora, más del 30% de los lectores mexicanos leían en algún soporte digital, lo que hace evidente una inminente transformación de los hábitos de lectura.

Libros impresos + Libros electrónicos

Alix Christie, en su novela El discípulo de Gutenberg (2014), nos narra como la producción en masa implicada con la invención de la imprenta contribuyó a generar un periodo de transición que para el creador de las primeras Biblias impresas no fue fácil de sortear, principalmente, por el cambio de paradigma entre el escriba como entidad humana a cargo de la redacción de los manuscritos que se manufacturaban de manera artesanal y una máquina que podía producir el mismo producto que aquel, pero estandarizado, con mayor rapidez y de modo tal que lo impecable de los resultados hizo que los lectores que conocían por primera vez el invento del maguntino sospecharan la intervención de algo que evidentemente superaba su comprensión (léase, brujería o Satán). De igual modo, y a reserva de su mejor opinión estimado(a) lector(a), hoy vivimos un periodo de transición que afecta a una diversidad de ámbitos de diferentes maneras y a ritmos distintos de transformación y/o evolución, aunque eso sí, todos ellos a una velocidad vertiginosa inimaginable al final de la Edad Media y principios de la Edad Moderna, siendo así que el mundo de los libros no está exento de ser parte de esa vorágine de cambios.

Por ahora, quizá, no sea posible (ni necesario) adelantar qué tipo de libro hondeará al final de este intersticio temporal de cambios su estandarte para anunciar su victoria sobre la mayoría o el total de lectores del mundo, así que, ¿por qué en lugar de concebir el terreno transitado por libros, lectores, editoriales y autores como un campo de batalla no aceptamos mejor que los libros impresos y los libros electrónicos coexistirán, por un intervalo difícil de precisar ahora, y que lo más conveniente es aprovechar las bondades que por mientras nos ofrece? Bondades, ¿cómo cuáles? Una, quizá la más importante aquí y ahora, sea que los lectores pueden elegir, entre los formatos existentes, el que más coincida con sus expectativas y gustos, el que mejor se ajuste a sus necesidades o el que más a la mano tengan para seguir con sus lecturas (Irais, 2022). Honestamente, me parece que eso es lo que más deberíamos valorar por mientras: que vivamos una época en la que los lectores pueden elegir el formato que más se ajuste a sus necesidades, y que haya opciones coincidentes con ellas.

Referencias

Castañeda, X. H. (2024, junio 21). Libros electrónicos vs. libros impresos: el dilema de un bibliófilo. Médium. https://medium.com/@xavier.h.castaneda/libros-electr%C3%B3nicos-vs-libros-impresos-el-dilema-de-un-bibliófilo-6f1138b43429

Guzmán Aguilar, F., & Cuenca Solís, H. (2022, febrero 23). Pros y contras de los libros impresos y digitales. UNAM Global. https://unamglobal.unam.mx

Irais, S. (2022). La batalla final entre el libro impreso y el digital. CONECTA: Noticias del Tecnológico de Monterrey. https://conecta.tec.mx

Editor: Fabián Sánchez

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