Cónclave, el rito secreto | Tremores

Tremores. Después de los exorcismos, otro de los temas más polémicos, por su naturaleza esotérica, es el del cónclave mediante el que se elige al nuevo pontífice tras la muerte del que está en funciones, en este caso, el Papa Francisco. Además de su obvio interés eclesiástico, tiene fines políticos, que no están ajenos a una institución del tamaño del Vaticano. Y vea usted si no. En primera, al ser emisarios de Dios, los obispos que conforman el Colegio Cardenalicio de la Iglesia católica tienen una tarea única de todas las profesiones que hay en el mundo: elegir al sumo pontífice, aparejado con el cargo de soberano de la Ciudad del Vaticano, el Estado más pequeño del mundo en territorio, pero de los más ricos, con mayor afluencia turística y con un poder inconmensurable. Al estar encerrados bajo llave, aislados y rodeados de siglos de tradición, los cardenales llevan a cabo uno de los procesos más misteriosos y solemnes. El mundo sólo se entera por el color del humo producto de la quema de papeletas de votación. El color negro indica que no hay Papa; el blanco, que la Iglesia tiene nuevo líder. Es un ritual que combina fe, tradición y secretismo. Ahí viene el tema político. Como ocurre con todos los acuerdos en los gobiernos del mundo, que se hacen a espaldas de los gobernados, hay apuestas, diálogo, negociaciones y, seguramente, hasta concertacesiones, pues no es cualquier cosa lo que está en juego, se define el futuro de mil 300 millones de católicos y el legado de dos milenios de historia.
¿O no?
Los “preferiti”
En el argot vaticano, a quienes buscan suceder a Francisco I se les denomina “preferiti”, es decir, los preferidos o favoritos. Los candidatos, ahora, son varios, y hay quienes nominan a mexicanos. El italiano Matteo Zuppi, quien era cercano al carisma de Jorge Mario Bergoglio, representa una línea aperturista, o de continuidad, algo que provocó un cisma en la Iglesia más conservadora. De esta ala, el cardenal húngaro, Peter Erdő, aparece como uno de los más fuertes aspirantes. También está el filipino Luis Antonio Tagle, a quien se le conoce como un puente entre los pueblos más vulnerables y su carisma popular. El arzobispo de Luxemburgo y relator general del Sínodo, Jean-Claude Hollerich, es considerado tradicionalista y modernista. Otro europeo es Christoph Schönborn, de 79 años, arzobispo de Viena. Mientras que Jean-Marc Aveline, de 65 años, arzobispo de Marsella, representa una alternativa más. Del otro lado del charco suena el arzobispo de Lima, Perú, Carlos Castillo, por su visión pastoral. Algunos más son el canadiense Marc Ouellet; el cardenal alemán Reinhard Marx; el guineano Robert Sarah; los estadounidenses Raymond Leo Burke y Timothy Dolan; así como los mexicanos Carlos Aguiar Retes, arzobispo primado, y Francisco Robles Ortega, arzobispo de Guadalajara y expresidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano. Mientras esto sucede, las casas de apuestas ya están abiertas y quien encabeza las preferencias es Pietro Parolini, secretario de Estado del Vaticano, le siguen el filipino y el peruano. Así los momios, hagan sus apuestas.
¿O no?
