Neodesarrollismo: China, Estados Unidos y ¿México?

El desarrollismo está de regreso, pero no como lo conocimos hace décadas. Ya no se trata solo de acero y cemento, sino de chips, redes 5G y una carrera por el dominio global. China y Estados Unidos lideran esta nueva etapa con estrategias y circunstancias opuestas: un gigante centralizado frente a una potencia en declive que busca intervenciones puntuales a veces, otras al parecer sin ningún sentido lógico.
México, atrapado entre ambos, busca su lugar en el tablero. Como menciona Daron Acemoglu “el desarrollo depende de instituciones que equilibren poder y sociedad”. ¿Puede en este entorno México mover ficha o seguirá siendo un espectador?
China ha convertido el neodesarrollismo en un proyecto estatal implacable. Sus Planes Quinquenales ya no solo trazan carreteras, sino que apuestan por inteligencia artificial, vehículos eléctricos y tecnología 5G. Shenzhen, que en 1980 era una aldea de pescadores, hoy es una metrópoli de 17 millones que desafía a Silicon Valley. La Iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda con más de 1.2 billones de dólares invertidos desde 2013 lleva este modelo al mundo.
En China los números impresionan: la pobreza extrema cayó a menos del 1% en 2020. Pero el precio es alto. Las brechas entre la costa próspera y el interior rural persisten (Gini ~0.47), y el control estatal asfixia libertades. Empresas como Huawei no son solo corporaciones; son herramientas del gobierno en un sistema donde el mercado obedece al poder político.
En Estados Unidos, el neodesarrollismo tiene otro rostro. El sector privado —Google, Tesla— lidera la innovación, pero el gobierno entra en escena cuando hace falta. El CHIPS Act de 2022 inyectó 52 mil millones de dólares para relocalizar la producción de semiconductores. Ciudades como Austin brillan como nuevos centros tecnológicos, mientras el Rust Belt se hunde en el olvido.
Dani Rodrik un economista experto en políticas de desarrollo señala que las políticas industriales han resurgido, pero no siempre corrigen desigualdades. Con un Gini de 0.48, EE.UU. crea riqueza sin distribuirla. Es un modelo adaptable en búsqueda de reinventarse, pero incapaz de garantizar equidad sin una mano más firme desde Washington.
México por su parte, vive entre promesas y tropiezos. Su pasado desarrollista —la industrialización por sustitución, el auge de PEMEX— choca con un presente lleno de oportunidades, pero con una estela de corrupción histórica. El nearshoring es ahora la carta fuerte: en 2024, atrajo 36 mil millones de dólares en inversión extranjera (INEGI, 2025) y Proyectos como el Tren Maya y el Corredor Interoceánico buscan conectar regiones rezagadas al comercio global.
Cierto es que nuestro país podría beneficiarse de la reconfiguración comercial, pero su dependencia de EE.UU. lo limita. El 80% de nuestras exportaciones van al norte, y la desigualdad regional es cruda: Chiapas crece al 1%, Nuevo León al 4% (INEGI, 2025). China, ya nuestro segundo socio comercial, invierte en puertos y energía. ¿Podría México mezclar el dirigismo chino y el ímpetu estadounidense para trazar su propio rumbo?
China y EE. UU. encarnan dos neodesarrollismos: el control autoritario y el mercado intervenido. La escalada de tarifas esta semana —Trump subiendo aranceles, China contraatacando— deja claro que la competencia no cede. México, con su posición estratégica y una fuerza laboral aún joven, tiene todo para ser más que un puente entre potencias. Pero sin una estrategia clara, el nearshoring será un espejismo. El neodesarrollismo ofrece crecimiento, pero su costo social y ambiental sigue en el aire. ¿Podrá México encontrar un equilibrio donde otros flaquean?
Por Ricardo Martínez Martínez
@ricardommz07
Editora: Socorro Juárez