México con la frente en alto y el tren por delante | Directo y Sin Escalas



Desde la frontera norte, Claudia Sheinbaum alzó la voz. No para confrontar, sino para recordarle al mundo —y especialmente a Estados Unidos— que México ya no agacha la cabeza, sino que mira de frente, con dignidad, estrategia y visión de largo plazo.

En Baja California, donde la frontera no divide, sino entreteje vidas, economías y sueños, la presidenta lanzó un mensaje que retumbó más allá del muro: la relación con Estados Unidos se basa en cinco principios que, más que protocolo diplomático, son línea de defensa soberana: responsabilidad compartida, confianza mutua, respeto a la soberanía, cooperación sin subordinación y respeto a México y a su gente.

No fue una casualidad que esto lo dijera luego de reunirse con Kristi Noem, la secretaria del Departamento de Seguridad Nacional de EUA. Noem no es cualquiera: es precandidata, halcón del trumpismo y potencial vicepresidenta. Y, sin embargo, ahí estaba Sheinbaum, firme, con calma científica y voz de estadista, recordando que la interdependencia entre ambos países no puede estar sujeta a berrinches electorales ni amenazas arancelarias.

“A México se le respeta”, indicó. Y lo dijo justo cuando México empieza a jugar en las grandes ligas de la geoeconomía global.

Porque mientras se hablaba de migración y soberanía en el norte, al sur, el sábado pasado, partió el primer embarque de autos coreanos por el Tren Interoceánico, desde Salina Cruz hasta Coatzacoalcos, rompiendo una inercia histórica: por primera vez se sustituyó la ruta habitual del Canal de Panamá por una vía mexicana, moderna, soberana. Un golpe de realidad en el tablero del comercio internacional.

¿Qué significa esto? Que México ya no sólo es maquilador. Ya no es solo el patio trasero. Ahora es corredor logístico estratégico. El Tren Interoceánico, que conecta el Pacífico con el Atlántico, se convierte en la arteria alterna más importante del hemisferio, justo cuando el Canal de Panamá enfrenta sus propias crisis por sequías y saturación.

Estados Unidos lo sabe. China lo sabe. Corea del Sur lo acaba de estrenar. México ya no es el que espera inversiones: es el que decide rutas.

Y, sin embargo, no todos se alegran. Existen aquí adentro —sí, en suelo nacional— sectas disfrazadas de oposición, que sueñan con ver tronar la relación bilateral. Que si falla la presidenta, si se equivoca, saldrían jubilosos a gritar “¡ya ven! se los dijimos”, creyendo que si colapsa la política exterior ellos ganan algo. No. Todos perderíamos.

Esa mezquina esperanza de que fracase quien representa a la nación revela su verdadera cara: no son críticos, son antipatriotas. Se desviven por el error ajeno porque carecen de proyecto propio. Su moral es selectiva, su nacionalismo de utilería, y su apuesta es simple: si a México le va bien, ellos pierden; si le va mal, ellos festejan. Esa no es oposición, es traición chiquita, pero traición al fin.

Así que cuando Sheinbaum habla de integración con dignidad, no es retórica: es un proyecto de país. Un país que construye viviendas en la frontera norte y corredores logísticos en el sur. Un país que abraza a sus migrantes como héroes, y que le recuerda al mundo que la soberanía no se negocia, pero sí se comparte… con respeto.

Hoy, más que nunca, México no es muro: es puente. Y no cualquier puente: uno que conecta océanos, economías y dignidades.

Porque ahora, con la frente en alto y el tren por delante, México está marcando el rumbo. Y quien no lo quiera ver, que se baje del vagón.

@Gerardo_Herrer

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