Punto de vista | Letras del Sur

En la tarde amarilla las personas andan con mucha prisa. Algunas veces, me pregunto: ¿De qué huyen? Con los pasos apresurados y los rostros rígidos denotando ansiedad, como la de los enfermos que huyen de la muerte. Otras veces, andan con el paso desesperado con la mirada ciega, imposibilitadas de ver el otro. Dejan la impresión de que todos corren en dirección a la muerte, porque quieren abrazarla pronto. No sé qué buscan. No sé de qué huyen. Mientras la tarde amarilla les observa. Mientras, yo los observo. Y en algún lugar, dentro de la tarde, alguien me observa, así sin deseo. Con la respiración entrecortada, como quien mira con un ojo por el agujero de la cerradura. Sí, alguien me observa con su único ojo en la tarde amarilla.
El asfalto caliente no lleva la cuenta de los transeúntes, de los vehículos, de los vendedores ambulantes, que caminan en su dorso. Asimismo, el asfalto caliente, en la tarde amarilla, ya se olvidó de cuántos perros-gatos fueron atropellados en su lomo. Los asfaltos calientes, en las tardes amarillas no saben si las personas que andan con mucha prisa huyen de la muerte o la buscan apresuradamente. El asfalto no hace lista, no lleva un registro.
Es que el asfalto caliente no es como en Auschwitz, que llevaban la cuenta de todo… Ellos dejaron sus archivos organizados: ancianos y ancianas, hombres y mujeres, niñas y niños… Tal vez, hicieron eso, porque estaban seguros de ganar la guerra o sencillamente, lo hicieron porque tenían la metodología en sus venas, de la misma manera que otros tienen el desorden corriendo por su sangre. Es que los de Auschwitz no eran como los del Rancho Izaguirre de Teuchitlán.
Los del Rancho de Teuchitlán, los autores de los hechos, continúan con sus vidas, después de saciar sus taras y destruir muchas vidas por puro capricho. Ahora ellos miran las noticias y nosotros no sabemos qué es lo que se esconde detrás de las noticias: las miserias, el sufrimiento y el dolor de aquellos que se quedaron sin rumbo después del desaparecimiento… Los verdugos del Rancho de Teuchitlán, toman su tequila sin importarse con las madres desenterradoras, que cavan como topos para encontrar una astilla de sus hijos muertos y enterrados en el cálido desierto.
En la tarde amarilla el cálido desierto alberga cuerpos en Teuchitlán, en Cisjordania, en Yemen… El asfalto caliente, jamás, nutre esperanzas. Si no crees, camine hasta Auschwitz. Yo, apenas observo los que huyen de la muerte y los que buscan la muerte apresuradamente. En cuanto alguien me observa con su único ojo en la tarde amarilla, mientras espera su muerte.