De Atlixco, al silencio de Teuchitlán

Por momentos, pareciera que el dolor y la incertidumbre pueden encontrar eco en cada piedra, cada rincón de ese Rancho Izaguirre.
Allí, Isabel —madre poblana que recorrió nueve horas desde Atlixco— se topó con lo que pudo ser el recuerdo más crudo de su hijo Jossel: una mochila abandonada. Su corazón, ya desgastado por más de tres años de búsqueda incesante, rompió en pedazos ante la posibilidad de que él haya sido llevado por la fuerza a este sitio.
No hay palabras suficientes que describan la angustia de una madre que viaja con la tenue esperanza de encontrar a su hijo y, al mismo tiempo, con el pavor de confirmar sus peores temores. Pero lo más indignante es la frialdad de las autoridades de Jalisco, quienes apenas han dado explicaciones, como si los reclamos de una madre pudieran diluirse en trámites burocráticos.
A Isabel la enviaron prácticamente con un “regrésate a casa” entre los labios: sin respuestas claras, sin un acompañamiento real en la búsqueda.
¿Cómo no llenarse de rabia? Cada día que pasa sin Jossel es un día más de tortura, un día en el que la soledad y la frustración ganan terreno a la esperanza. Y mientras tanto, la incertidumbre se transforma en un grito que clama justicia: “Quiero que la presidenta me ayude. No me puedo quedar así, necesito saber”.
La imagen es sobrecogedora: una madre, con la mirada rota, enfrentando un lugar rodeado de historias de violencia, rezándole al poco consuelo que queda en su corazón. Una mochila reconocible, un rastro que alimenta el dolor. ¿Cómo no entender su suplicio? Isabel no está sola en su pena: la compartimos quienes creemos que no hay nada más sagrado que la vida de un hijo.
“La última vez que hablé con mi hijo fue el 14 de mayo de 2021. Él ya se iba a regresar a casa. Todo iba bien hasta que le dije regrésate a casa y me dijo si mamá ya me voy a ir, voy a renunciar, pero mañana voy a renunciar y me voy a esperar al jueves a que me paguen y ya me voy. Al día siguiente de esa noche en la que quedamos que iba a renunciar y esperarse a cobrar el jueves, se cambiaron de compañía y simplemente ya no me contestaron”, dijo consternada.
Aquel día, el joven salió de su casa en Atlixco tras una oferta de trabajo que llegó por redes sociales, pero nunca volvió.
Hoy, exige lo que cualquier madre exigiría: verdad, justicia y un mínimo de humanidad por parte de quienes tienen la obligación de acompañarla en su búsqueda. Su viaje a Teuchitlán, con la angustia a cuestas, es un testimonio de fuerza y amor… pero también un reclamo urgente a las autoridades, que no deberían jamás abandonar a sus ciudadanos en la más oscura de las incertidumbres.
Por Gerardo Herrera
X: @Gerardo_Herrer
Editora: Socorro Juárez