¿Ubi sunt? | Letras del Sur

“Príncipe, no preguntes en una semana
dónde están, ni en un año.
La única respuesta que obtendrás será este estribillo:
¿Pero dónde están las nieves de antaño?” François Villon.
Vuela alto, metáfora de la muerte como vuelo y búsqueda, continuidad y medio conveniente para transponer lo desconocido y acceder al otro lado de la vida, la muerte.
En la incerteza de la vida, la única certeza es la muerte, que es como un boleto de regreso para lo desconocido, de dónde venimos antes de habitar el cuerpo. Por eso, de la muerte nadie se escapa. Heidegger decía algo como, ser en el mundo es ser con los demás y ser para la muerte, como la experiencia inevitable de la finitud que asumimos, porque somos seres que tenemos la conciencia de la muerte, de nuestra muerte que es intrínseca a nuestra existencia.
Tal vez, como parte de enseñanzas primigenias, traigo la certeza de que la muerte, en su dolor encendido o de negro vestida, agobiada por el perfume lila que desprenden las flores, es necesaria como corolario de la vida. Pero, no la miro con la misma cordura si la muerte es resultante de una guerra o de irresponsabilidades con el otro o los otros. Como la irresponsabilidad de los conductores embriagados que, manejaban ómnibus en la noche fría y olvidados de que cargaban a personas que necesitaban llegar a su destino, bebieron como qué y chocaron de frente… Rompiendo con un estruendo la paz del altiplano, haciendo con que la luna derrame lágrimas por la visión impertinente. Los choferes aletargados por el alcohol franquearon, instantáneamente, esas fronteras que existen entre la fugacidad de la vida y la inevitabilidad de la muerte. ¡Vaya! Dejaron un sentimiento trágico y centenas de personas sufriendo esa desgracia, simplemente, porque les apetecía embriagarse mientras manejaban en vísperas de carnaval.
Dicen en mi tierra, que no existen espadas que pueden luchar contra el destino. Pero, no sé, si siempre es el destino… Tal vez, ellos piensan así porque en sus genes fluctúan los recuerdos de la tragedia Edipo Rey de Sófocles, donde el protagonista, en su afán de alejarse del parricidio y del incesto, que le ha señalado el oráculo, termina encontrándose con sus padres y consumando el parricidio y el incesto, letra a letra. Para eximirse de culpa, a manera de sacrificio, el rey caído en desgracia les ofrece sus propios ojos a los dioses y se va al destierro.
Pero, no sé, si siempre es el destino… Además, no quiero preguntar si las víctimas del accidente fueron al cielo o a un lugar maravilloso, mejor que éste aquí, ahora… ¡Caramba! Ellos accedieron juntos a la otra cara de la realidad, al otro lado de la vida. En mi impotencia mortal, les deseo que vuelen alto…
Me retuerzo y no salen lágrimas, sólo la bilis amarga mi boca y pienso en la irresponsabilidad criminal de unos y en el dolor profundo de otros…
Recuerdo que, desde el medievo, nos enseñaron que si cometes un pecado vas al infierno. Me pregunto, ¿Dónde están, los conductores embriagados? ¿Ubi sunt?