De gigante opositor a eco lejano: El dilema del PAN en la era de las nuevas derechas | Desde las Antípodas

Imagina que estás en una plaza pública en Querétaro, febrero de 2025. Hay un mitin del PAN: banderas azules ondean, pero la gente no llena ni la mitad del espacio.
A unas cuadras, en un mercado, la vida sigue: vendedores gritan precios, una radio suena corridos, y nadie habla del partido. El PAN, ese titán que abrió la puerta de la alternancia democrática en México, hoy es un eco que resuena en ciertos círculos, mientras figuras como Eduardo Verástegui intentan robarse el reflector con su derecha radical.
¿Es que en esta oposición todo está perdido? O hay una grieta de luz, una chance para que el PAN no sea solo un cascarón, sino un jugador vivo otra vez.
El PAN fue un maestro de la oposición, un partido que se profesionalizó para derrocar al PRI, escenificado como ese gran partido de Estado, y logrando la alternancia en 2000 con Fox. Pero el poder lo mareó, y es que, si bien la historia no se repite, pero claramente rima, nos ha mostrado que ganar elecciones no es lo mismo que gobernar, y el PAN no supo traducir su triunfo en un proyecto claro.
El poder, nubla. El Partido Acción Nacional se modernizó, sí, pero diluyó su identidad, atrapado entre doctrinarios y pragmáticos. Luego llegó 2018, el tsunami de Morena, y el partido quedó tambaleándose, incapaz de llenar el vacío conservador que, de momento, nos lleva a pensar que está siendo llenado por nuevos actores. Eduardo Verástegui, con su trumpismo y su guadalupanismo, es uno de ellos.
Un personaje, que, si bien no logró la candidatura presidencial, pero juntó trescientos mil simpatizantes. Su derecha proestadounidense y proevangélica toca fibras que el PAN olvidó: fe, miedo, identidad. Mientras el PAN negocia alianzas con el PRI en oficinas con aire acondicionado, Verástegui habla desde la visceralidad, desde un México que no vive en las estadísticas, sino en la lucha diaria. El PAN, con su moderación, se ha vuelto invisible frente a esos gritos.
Si caminas por una colonia popular en Tijuana, hay filas para el agua, madres que trabajan doble turno, quizás jóvenes que miran al norte soñando con cruzar. El PAN no llega ahí con su discurso. ¿Cuál discurso?
Expertos en la historia política del PAN, como David A. Shirk, sostienen la tesis que su éxito fue un rechazo al PRI, no un amor por su visión, y eso lo dejó sin raíz cuando el tablero cambió.
A la par, hoy se vive un escenario de nuevas derechas, como la de Verástegui, las cuales de manera incipiente están ocupando espacios propios del votante panista con una narrativa que, si no necesariamente prende, sí emociona: seguridad, valores, un enemigo claro. El PAN, en cambio, parece un eco lejano, atrapado en su burbuja.
El PAN está en una cuerda floja. Podría seguir como está: un partido con estructura, gobernadores y curules, pero sin alma, cediendo el conservadurismo a Verástegui y su México Republicano. O podría mirar su pasado valiente y en medio de un presente caótico, tener los arrestos para reinventarse. No todo es fatalidad. Tiene historia, tiene gente, tiene una base que no ha muerto del todo. La pregunta es: ¿puede salir de su letargo y tocar la realidad viva?
Erraría el PAN si busca asemejarse a Verástegui. Su fuerza está en lo que fue y en lo que aún puede ser: un partido de principios que supo leer el pulso del país.
A manera de propuesta sugeriría los siguientes faros de acción.
Reconectar con lo local, no con el escritorio. Basta de estrategias desde la cúpula. El PAN debe mandar a sus líderes a las colonias, a los mercados, a las plazas. No a dar discursos, sino a escuchar. Que hablen con la señora que vende quesadillas, con el taxista que esquiva baches, con el estudiante que no ve futuro. De ahí pueden salir propuestas reales: seguridad que se sienta en la calle, empleos que no sean promesas vacías, apoyo a los que sostienen el día a día. Si el PAN se profesionalizó para ganar; ahora debe humanizarse para vivir.
Un relato claro, no una sopa de siglas. La alianza con el PRI lo hace ver como un Frankenstein político. El PAN necesita un mensaje propio, uno que no dependa de enemigos del pasado. Podría ser algo como “México fuerte desde abajo”: defender la familia, el trabajo, la seguridad, pero sin sonar a sermón de misa ni a tecnócrata. Mientras Verástegui prende aludiendo a las emociones; el PAN puede hacerlo con ideas que toquen el corazón sin perder la cabeza.
Aprovechar su legado, pero mirar al frente. El PAN tiene un as bajo la manga: abrió la democracia. Eso no está muerto en la memoria colectiva. Puede usarlo como bandera “Nosotros rompimos el yugo, nosotros podemos reconstruir” pero aterrizándolo en 2025. No se trata de nostalgia, sino de mostrar que esos principios (instituciones, libertad, orden) sí sirven hoy, adaptados a un México que ya no es el de Fox ni de Calderón, sino el de la incertidumbre y la esperanza rota.
Puentes con la nueva generación. Hay una realidad, los jóvenes de TikTok no votan por nostalgia ni por doctrinas polvorientas. El PAN debe hablarles en su idioma: redes, propuestas cortas, soluciones visibles. ¿Por qué no un plan de microcréditos para emprendedores jóvenes, o una campaña contra la violencia que use influencers locales? No se trata de imitar a Verástegui, sino de competir en el terreno donde la gente vive: el celular, la calle, el ahora.
El PAN no está condenado a ser un fósil, cercano a su centenario, es un roble viejo, sí, pero con raíces que aún pueden dar fruto si se sacude la modorra. Verástegui y las nuevas derechas son un aviso, no una sentencia.
El partido tiene que salir de su burbuja, pisar el lodo, oler el sudor del México real. No necesita volverse radical ni proyanqui; necesita ser el PAN de nuevo: un faro con ideas, no solo un logo en la boleta. Si lo hace, puede no solo sobrevivir, sino contribuir a la democracia mexicana y a los gritos de la ultraderecha. La gente sigue buscando algo en qué creer; el PAN solo tiene que recordarse a sí mismo cómo encender esa chispa otra vez.
@ojedapepe