La Suerte del “Doctor Satán”: La escalofriante historia de Marcel Petiot | Pienso, luego existo



En un rincón oscuro de la historia, donde la maldad y la astucia se entrelazan, encontramos la inquietante figura del “Doctor Satán”, un apodo que evoca tanto temor como fascinación. Su vida es un recordatorio escalofriante de cómo la suerte puede jugar un papel crucial para aquellos que eligen el camino de la oscuridad.

Marcel André Henri Félix Petiot, conocido como el “Doctor Satán”, es uno de los personajes más infames de la historia criminal. Nacido en 1897, en Francia, Petiot se presentó como un médico carismático y competente, pero detrás de su fachada se escondía un ser capaz de las atrocidades más inimaginables.

De pequeño disfrutaba torturar y matar animalitos, también llegó a robarle la pistola a su padre para llevarla al colegio y amenazar a sus compañeros. Estas acciones, derivaron en una conducta eminentemente delictiva agravada en 1912 con la muerte de su madre, cuando se mudó con una tía.

Siendo un joven comenzó a robar y no tardaron en detenerlo. El juez lo liberó después de un informe psicológico que decía que se trataba de “un joven anormal”, con “problemas personales y hereditarios” que limitaban en mayor medida “la responsabilidad de sus actos”.

Durante la Primera Guerra Mundial, fue reclutado por las tropas de infantería y enviado al frente en noviembre de 1916. A los seis meses fue herido, estuvo en varios hogares de reposo y llegó a padecer “desequilibrio mental, neurastenia, obsesiones y fobias”. Así lo diagnosticaron los médicos tratantes.

En 1920, tras protagonizar varios brotes psicóticos con tendencias suicidas, el ejército le retiró el uniforme y le fue concedida una invalidez por discapacidad. Su intelecto y astucia le permitieron estudiar medicina gracias a un programa para veteranos de guerra. Se recibió de médico y comenzó a ejercer en Villeneuve-sur-Yonne.

Tenía tanta suerte que como en Villeneuve-sur-Yonne no conocían su pasado, se convirtió en alcalde, no obstante, fue suspendido por múltiples acusaciones de fraude.

Su imagen como galeno también se deterioró. Comenzaron los rumores que afirmaban que daba opioides a sus pacientes y que practicaba abortos.

En 1927 se casó con Georgette Lablais, hija de un terrateniente millonario. Sin embargo, sus prácticas médicas poco ortodoxas terminaron con su prestigio y la pareja se instaló en París.

Mantuvo un perfil bajo hasta la llegada de la invasión de Francia por los nazis, en 1940. Comenzó a vender certificados médicos falsos y trataba con narcóticos a los soldados que venían de batalla. Al ser descubierto solamente obtuvo una multa.

No tardó en esparcir el rumor de que un jefe de la Resistencia había armado un plan para ayudar a los judíos a escapar de los nazis y enviarlos a través de Portugal a la Argentina. Comenzó a cobrar 25,000 francos por persona.

Se hizo llamar el “Doctor Eugene” y compró una casa más grande para poner en práctica su macabro plan. Él, junto con tres cómplices convencían a las víctimas con la promesa de sacarlos del país. Cuando llegaban, Petiot les decía que el gobierno argentino exigía para entrar el país una vacuna.

La “vacuna” no era otra cosa que cianuro. Después de inyectarles el veneno, los encerraba en una sala, esperaba a que murieran, desmembraba los cadáveres y los arrojaba al río Sena.

Lo anterior comenzó a levantar sospechas, por lo que decidió construir una cámara de gas con mirilla en la casa de Rue le Sueur 21, donde estaba su consultorio, y un pozo donde intentó reducir los cadáveres con cal viva. Además, hizo construir un horno crematorio.

El rumor del médico, jefe de la Resistencia, que ayudaba a huir a los judíos llegó a oídos de la Gestapo. Irremediablemente cayeron los tres cómplices, bajo tortura confesaron que el famoso “doctor Eugene” era Petiot.

Para 1943, el médico fue acusado de ser miembro de la Resistencia y ayudar a los judíos. Durante los siguientes ocho meses, fue torturado e interrogado en la cárcel de Fresnes sin que delatara a nadie de su supuesto grupo. No lograron sacarle un solo nombre porque todo era mentira. No le encontraron vínculo con la Resistencia y fue liberado.

Cuando los nazis abandonaron París, Petiot debía borrar toda huella de sus víctimas.

El 11 de marzo de 1944 encendió el horno crematorio e introdujo algunos cadáveres que mantenía todavía escondidos en el pozo de la casa. El humo delator fue denunciado por los vecinos a la policía.

Cuando los agentes llegaron descubrieron una sala de cuerpos diseccionados, unos dentro de un crematorio, otros en una caldera con carbón y algunos más en un pozo de cal viva. Además, el cuarto contaba con material quirúrgico, una mesa de operaciones con un cuerpo humano y una especie de jaula con grilletes.

Horas más tarde fue detenido, pero, convenció a los agentes de ser jefe de la Resistencia francesa, y de que esos restos humanos correspondían a miembros de la Gestapo, les dijo que tenían que dejarlo para destruir documentación comprometedora.

Y sí, inexplicablemente lo dejaron en libertad. No obstante, en una revisión posterior de la casa las autoridades dieron con 27 muertos, 72 valijas y otros 655 objetos, que no pertenecían a agentes de la Gestapo, sino a ciudadanos franceses, la mayoría de origen judío.

Para el 2 de noviembre de 1944, Petiot, volvió a ser detenido.

El juicio comenzó en el Tribunal del Sena el 15 de marzo de 1945 y en un primer momento Petiot – acusado de 27 asesinatos – intentó hacerse pasar por un desequilibrado.

Durante las audiencias, les decía a los guardias: “No dejen de ir al juicio, va a ser maravilloso y se va a reír todo el mundo”.

Al no convencerlos de su desequilibrio mental, cambió la estrategia y pidió declarar, afirmó que había matado a 63 personas, pero que todas ellas eran miembros de la Gestapo.

Después de tres semanas de juicio, el jurado lo declaró culpable de 24 de las 27 acusaciones, y lo condenó a morir en la guillotina.

La ironía de su destino se hizo evidente cuando, la guillotina, el instrumento que debería haber puesto fin a su vida, se descompuso en el momento crucial. Este giro del destino no sólo subraya la suerte que lo acompañó, sino que también plantea preguntas inquietantes sobre la naturaleza de la justicia.

Finalmente, este médico, alcalde y asesino serial fue guillotinado el 25 de mayo de 1946 en París, en la prisión de La Santé. Lejos de mostrarse asustado, dijo con más ironía que nunca a los testigos de la ejecución: “Caballeros, les ruego que no miren. No va a ser bonito”.

Una de las características más inquietantes del “Doctor Satán” fue su capacidad para manipular y persuadir a las personas. Con un encanto casi hipnótico, logró atraer a sus víctimas, quienes, cegadas por su carisma, no podían ver la verdad oculta detrás de su fachada.

Utilizaba técnicas de persuasión que iban más allá de la simple retórica; sabía cómo tocar las fibras emocionales de las personas, haciéndolas sentir comprendidas y valoradas. Este talento para la manipulación no solo le permitió ganar la confianza de sus víctimas, sino que también le otorgó un poder casi sobrenatural sobre ellas.

El enigmático “Doctor Satán” es más que un simple villano; es un símbolo de la lucha eterna entre la luz y la oscuridad que reside en cada uno de nosotros. Su historia nos recuerda que la maldad puede disfrazarse de encanto y que, a veces, la suerte puede favorecer a quienes eligen el camino del engaño.

Al reflexionar sobre su legado, es crucial que no solo miremos hacia afuera, sino que también examinemos nuestras propias sombras, recordando que la verdadera batalla contra la maldad comienza en nuestro interior.

Editor: Fabián Sánchez

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