Tensiones en Morena: el choque Ricardo Monreal-Adán Augusto bajo lupa política | Grietas en la Coraza



Por: J. Rigoberto García Vargas

El enfrentamiento entre Ricardo Monreal y Adán Augusto López no es un simple choque de personalidades ni una disputa circunstancial, es un reflejo de las tensiones estructurales que enfrenta Morena.

Este partido político nació como un espacio de convergencia, unificando a actores de trayectorias diversas bajo el liderazgo carismático de AMLO. Su narrativa de cambio político y su capacidad para articular descontentos frente a un sistema desgastado le permitieron ganar poder de forma vertiginosa.

Sin embargo, este rápido ascenso no estuvo acompañado de un esfuerzo equivalente por construir una institucionalidad sólida. Morena sigue siendo, más que un partido político, un movimiento electoral que depende de liderazgos individuales y cuya estructura carece de mecanismos para procesar diferencias internas.

Para muestra un botón: el conflicto de marras…

Por un lado, Monreal encarna el pragmatismo político, basado en la negociación y alianzas que, aunque eficaces, se perciben como cercanas a las élites tradicionales y opositoras.

Por el otro, Adán Augusto representa una lealtad vertical al obradorismo, heredero de un presidencialismo centralizador que prioriza la disciplina sobre el disenso.

Ambas posturas, aunque legítimas, son antagónicas y evidencian un vacío de reglas claras para equilibrar los intereses dentro del partido.

Hasta ahora, Morena ha dependido del arbitraje del liderazgo presidencial para gestionar sus disputas. Sin embargo, con un AMLO “jubilado” y Claudia Sheinbaum emergiendo como su sucesora, el partido enfrenta el reto de definirse más allá de un liderazgo unipersonal. Este desafío es crítico: Morena debe evitar que las pugnas internas escalen hasta convertirse en luchas facciosas a largo plazo y que se tensen durante procesos “electoreros”, comprometiendo su legitimidad frente a las bases…

Aquí vale la pena recordar, aunque las comparaciones con el PRI les resulten odiosas a las y los amigos de Morena, que su partido heredó del antiguo partido hegemónico tanto sus estructuras organizativas como su inclinación hacia el centralismo.

Pero, a diferencia del PRI en su apogeo, Morena carece de vínculos orgánicos —o corporativistas, mejor dicho— con sectores sociales clave como los trabajadores, campesinos, empresarios etc. Su fortaleza ha dependido de la figura de López Obrador, los programas sociales y de un discurso de legitimidad moral que, si bien poderoso, es también frágil.

Sin un proyecto institucional que trascienda a sus líderes, Morena corre el riesgo de quedar atrapado en un ciclo de disputas que desgasten su viabilidad a largo plazo.

En la actual coyuntura, el conflicto entre Monreal y Adán Augusto no debe interpretarse como un punto de quiebre definitivo, sino como una señal de alerta.

Morena está en una encrucijada: convertir estas tensiones en una oportunidad para avanzar hacia su institucionalización o permitir que se conviertan en luchas de poder que diluyan la narrativa de transformación.

Este momento exige liderazgo…

Claudia Sheinbaum debe asumirlo con un golpe de autoridad; uno que marque su estilo propio: resolver el conflicto no solo desde la imposición, sino diseñando una estrategia que integre a las partes y las comprometa con objetivos claros.

No se trata de arbitrar entre Monreal y Adán Augusto, sino de construir una narrativa que los supere, dejando claro que Morena no será rehén de intereses personales.

La presidenta tiene con qué: su popularidad la respalda, su ascendencia moral le da legitimidad y su posición como la primera mujer presidenta de México la coloca en un momento histórico.

¡Peeero! El tiempo apremia: la paciencia de las bases no es infinita, y el oportunismo de los adversarios, por más limitado que parezca, puede ser el ingrediente fatal en una ecuación donde el desgaste político ya está haciendo su trabajo.

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Editor: Fabián Sánchez

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