Haceres y deshaceres | El Rincón Bibliófilo
Fernando Savater, en su Ética para Amador (1991), comenta (palabras más, palabras menos), que de todo se puede hacer un uso, pero el problema se presenta cuando del uso pasamos al abuso, es decir, a la exacerbación, exceso, extralimitación o exageración de lo que hasta ese momento usábamos o hacíamos en alguna magnitud, probablemente, más mesurada.
Por ejemplo: es muy saludable hacer ejercicio con regularidad, pero incurrir en el sobreentrenamiento puede ser perjudicial no solo por lo que puede derivarse de la actividad per se (descompensarse, lesionarse, llegar a padecer consecuencias adversas, etcétera), sino también por otras actividades (trabajar o estudiar, por citar algunas de ellas) que dejamos de hacer o descuidamos por dedicarle más tiempo, dinero y esfuerzo al entrenamiento del que, quizá, resulte conveniente o necesario.
Esta especie de regla: “usar de todo, pero sin abuso”, o también “hacer de todo, pero sin caer en excesos”, podríamos extrapolarla a cualquier ámbito de nuestra vida, pero, dada la complejidad característica del contexto que circunscribe nuestro ser y estar en el mundo, rara vez podremos aplicarla sin la intervención, implicación o influencia de otros aspectos que, continuamente, serán parte de un entramado multifactorial que nos afectará como usuarios de tales cosas o como ejecutores de dichas acciones (u omisiones).
Retomando el ejemplo anterior podríamos decir entonces que, entre los aspectos procedentes del entramado factorial referido, al menos dos de ellos valdría la pena considerar para evaluar con mayor criticidad, en este caso, la práctica de ejercitarnos con regularidad: en primer lugar, resultaría importante definir, con la mayor claridad posible, lo qué pretendemos lograr (nuestros objetivos a corto, mediano y largo plazo en relación con el entrenamiento); y en segundo lugar, el para qué nos ejercitamos con cierta frecuencia, intensidad, variedad, técnicas, periodos de descanso, nutrición, etcétera, cuando realizamos esa actividad.
Al respecto, un lector cauteloso preguntaría: “¿importante para quién?” Obviamente, ¡Para el ejecutor de esta o de cualquier otra actividad! Incisivo, el mismo lector comentaría: “¡Vamos! Lo que has dicho hasta ahora no es más que sentido común. Todos usamos y hacemos lo que queremos o la mayoría de lo que deseamos. Nos planteamos objetivos y/o finalidades solo para las cosas importantes, por ejemplo, proyectos o actividades en el trabajo, pero fuera de eso, no hace falta ser todo el tiempo, críticos. La vida no es así”.
Esta contrargumentación me recuerda al diálogo que aparece en Contact (1997), película de ciencia ficción dirigida por Robert Zemeckis basada en la novela homónima de Carl Sagan, en la que Ellie Arroway (interpretada por Jodie Foster) y David Drumlin (interpretado por Tom Skerritt) tienen un encuentro tenso después de que la primera se entera que será él y no ella, quien hará el viaje en la máquina construida según las instrucciones del mensaje espacial, a pesar de que fue gracias a ella que se hizo el descubrimiento. Palabras más, palabras menos, Drumlin, con la actitud de quien se ha salido con la suya, le dice: “Ojalá el mundo fuera un lugar donde reinara siempre la justicia (y aquí podríamos sustituir las palabras que siguen del personaje por las que cada quien crea las más adecuadas según sus propias expectativas) … Desgraciadamente no vivimos en ese mundo”, y Arroway, con una frase lapidaria, le contesta: “¡Es curioso! Siempre he pensado que el mundo es como nosotros lo hacemos”. Después ambos personajes guardan silencio, se miden con la mirada por algunos segundos, él con desprecio y ella con tristeza, y sin decirse nada más, Arroway se da la vuelta y se marcha.
Me parece que a veces muy llanamente, asumimos la actitud ante la vida que expresa aquí el personaje de Drumlin. ¿Cuántas veces no hemos escuchado en nuestro entorno social o nosotros mismos hemos expresado algo parecido a “el mundo, la vida o las cosas son así…” y hemos adjetivado de un modo u otro la realidad, justificando al mismo tiempo, que nuestras acciones (u omisiones) sean por ende esas y no otras? Quizá a la par de la frase expresada por el autor de Cosmos (1980), a través de la científica que finalmente logra consumar su sueño de contactar vida inteligente no terrestre, convendría que revisitáramos nuestro concepto personal de “sentido común” y de paso, a juzgar por cómo nos ha ido en el año que está por terminar y cómo vislumbramos el que está a punto de comenzar, reevaluáramos si de verdad es conveniente o no ser críticos solamente cuando parece importante serlo, o más bien, es una actitud de vida que bien podría aportarnos grandes cosas si la integráramos a nuestra cotidianidad. Al fin y al cabo, creo, que toda gran obra tiene orígenes humildes, pero no menos importantes por cuanto lo que no aparenta la monumentalidad de lo terminado es, sin embargo, plan y cimientos de lo que se levantará gracias a su existencia.
Esperando no parecer puntilloso, esta manera de obrar: estar alertas en cuanto al uso y no abuso de las cosas por medio de nuestros haceres y deshaceres, y preguntarnos por el qué y el para qué de lo que hacemos, básicamente, concierne a un actuar que antepone la reflexión a la acción, momento que atraviesa antes, durante y después el desarrollo de la misma, pero que también puede regresar a ella una y otra vez si está presente la intención de aportar una mejoría; este momento, metafóricamente hablando, podríamos ubicarlo en el extremo opuesto de la mera reacción (y más lejos aún de una respuesta visceral), por lo que es susceptible de desarroparse de una mitología cuyos imperativos impelen a un “hacer por hacer”, a un “hacer porque es lo que hacen los demás” o a un “hacer porque es lo que todos los demás esperan que haga (de acuerdo a mi edad, mi clase social, mi sexo, etcétera)”.
En suma: es un actuar que procura la consulta de un pensamiento referenciado, que no solo busca construir un sentido para quien usa algo o ejecuta una acción, procurándole una brújula y una justificación que apunten a un propósito temporal más o menos trascendental para sí, sino una apuesta ética cuya columna vertebral representa el equilibrio humano en cuanto seres actuantes (y pensantes) en relación con sus semejantes, pero también para sí mismo, en otras palabras, es un hacer para mí, pero también para los demás, es un “ESTOY BIEN, porque estoy bien yo, pero también porque estoy bien con los demás y estoy bien con el mundo”.
Decía Albert Camus, en El mito de Sísifo (1942): quien apagó la vela que mantenía su luz vital no entendió que nuestra existencia no tiene sentido. Según este autor, no hay un propósito a descubrir, ya que estamos condenados a subir la montaña, cargando esa pesada roca tal y como fuera castigado por los dioses Sísifo en la mitología griega, por lo que la pregunta que nos debería impeler es cómo vivir en el absurdo; por ello, la recomendación, estimado lector, es hacer uso de todo, vivir todo lo que te venga en gana, pero sin abusar, sin excederse, ni con las cosas, ni con lo que hagas (o no hagas), ni con los demás, ni con el mundo; y de paso, dándote la oportunidad de ser crítico, de preguntarte por el qué y el para qué cada vez que puedas, usando tales interrogantes como herramientas para tu día a día, o mejor aún, para el resto de tu vida, porque… quizá vivamos en el absurdo, pero también sería absurdo que no construyéramos un propósito personal, de familia, de comunidad, de país y de mundo, que nos aporte sentido y nos permita vivir a plenitud nuestras vidas (y “a plenitud” implica, definitivamente, la inclusión de la mesura, la reflexión y la criticidad a las que nos hemos referido), particularmente, cuando nuestras vidas son tan efímeras.
Por: Fernando Reyes Baños
Editora: Socorro Juárez