El “liberalismo del caraxo”: la retórica que une a la Casa Rosada con Elektra | Grietas en la Coraza



Recientemente, los “renombrados libertarios”, Javier Milei (habitante de la Casa Rosada, sede del Poder Ejecutivo en Argentina) y Ricardo Salinas Pliego (dueño de Elektra, empresa mexicana de agiotismo por excelencia), han invocado una visión dogmática de la “libertad”, definida como “el respeto irrestricto al proyecto de vida del prójimo basado en el principio de no agresión y en defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad”.

Suena casi angelical. No obstante, la dura realidad es que, mientras algunos pintan sueños de libertad utilizando acuarelas de propiedad privada y meritocracia, millones ni siquiera tienen un pincel. Su lucha diaria no se centra en construir un proyecto de vida, sino en sobrevivir…

Javier Milei y Ricardo Salinas Pliego (también conocido por una deuda fiscal de 30 mil millones de pesos al SAT) comparten un profundo desprecio hacia los “zurdos de mierda”. Paradójicamente, este sector político, blanco constante de sus ataques, parece tener mayor conciencia de las desigualdades estructurales de América Latina, donde el 1% más rico concentra más del 40% de la riqueza, mientras el 50% más pobre apenas accede al 5% (Oxfam, 2022).

Esta concentración extrema resalta la necesidad de un debate más profundo sobre justicia económica y redistribución. Por ejemplo, en la propia Argentina la pobreza en los hogares se disparó en casi once puntos, según el Instituto Nacional de Estadística y Censo (INDEC) durante el primer semestre de mandato de Milei, quien propone como solución el adelgazamiento del “obeso” Estado de Bienestar y la ortodoxia de las privatizaciones.

Milei celebra estas medidas como triunfos, aunque organismos como la CEPAL han advertido que no solo profundizan la desigualdad, sino que condenan a generaciones enteras a la exclusión.

México no escapa de esta narrativa. Las privatizaciones fueron promovidas como fórmulas para mejorar servicios, abaratar costos y elevar las condiciones de vida. Sin embargo, su implementación poco transparente consolidó un sistema que privilegia a unos cuantos mientras las mayorías permanecen marginadas.

El caso de Salinas Pliego ilustra esta contradicción de manera contundente. El magnate, quien adquirió TV Azteca durante el auge de las privatizaciones, no cuestiona al Estado mientras este impulse políticas que aseguren beneficios económicos para él. Al mismo tiempo, encarna el “capitalismo de cuates”, un modelo donde los rentistas prosperan no por innovación o mérito, sino por sus conexiones con el poder político.

Además, Salinas Pliego ha acusado repetidamente al Estado de persecución por exigirle el pago de impuestos. Sin embargo, la evasión fiscal a gran escala cuesta a los países en desarrollo más de 427 mil millones de dólares anuales (Oxfam, 2023); recursos suficientes para financiar programas de salud, educación y combate a la pobreza que beneficiarían a millones de personas.

Además, lo anterior debería entenderse como parte de la progresión histórica de los Derechos Humanos, que ha permitido redefinir el papel del Estado. Más allá de las críticas simplistas, el Estado ha sido la única institución capaz de regular las relaciones sociales, redistribuir la riqueza de manera más equitativa, garantizar la seguridad colectiva, representar a las naciones en el ámbito global y establecer condiciones mínimas para la convivencia ordenada.

Aunque imperfecto, el Estado ha demostrado ser un árbitro necesario en sociedades marcadas por profundas desigualdades estructurales. Al impedir que la mano invisible del mercado opere sin restricciones ni contrapesos, el Estado equilibra los intereses colectivos frente a los privilegios económicos.

En este sentido, me resulta paradójico que nuestros actores de marras exijan un Estado mínimo cuando han sido los primeros en aprovechar los beneficios que este les otorga. Amén de su narrativa carente de sustento o un análisis serio; en cambio, está plagada de insultos y ataques banales que desvían la atención de los problemas estructurales.

En el caso de Salinas Pliego, su actividad en Twitter —ahora “X”— ilustra esta dinámica. Con su “elegante ironía”, recurre a denostar y ridiculizar a personas y modelos opuestos a su visión del mundo, no para elevar el debate público, sino para manejar una agenda deliberada que refuerza sus intereses.

En suma, Milei y Salinas Pliego, líderes visibles del “liberalismo del caraxo”, comparten una visión que privatiza beneficios y socializa costos. Promueven un modelo donde las ganancias permanecen en manos de unas cuantas personas, pero los riesgos y las pérdidas son asumidas por la inmensa mayoría de la sociedad.

En este sentido, la verdadera tragedia no radica en el colapso bursátil de Elektra ni en los ataques verbales contra los “zurdos de mierda”, sino en la normalización de un sistema que niega la posibilidad de una libertad efectiva para las mayorías, mientras protege los privilegios de unos pocos.

Por ello, ¡construyamos ciudadanía, caraxo! ¡Miremos hacia un horizonte compartido en el que la libertad sea real para todas las personas, caraxo!

Editor: Fabián Sánchez

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