Siempre está viva la esperanza de regresar a Ilamacingo desde EU
Cuando uno está lejos de la tierra originaria, cuando aprieta duro el frío, cuando se extraña todo, la familia, los amigos, dan muchas ganas de llorar; por eso el migrante siempre mantiene viva la esperanza de regresar al terruño.
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Pedro Francisco Rosales, integrante del Ilamacingo Comité NYC, sabe lo que significa esto para un migrante. En la Gran Manzana y cerca de la frontera con Canadá, ha soportado la dura vida del mexicano que busca una mejor vida para él y su familia, y, en el fondo, la vuelta a Ilamacingo.
“En 79 pagué 130 dólares para cruzar a Estados Unidos y dejé de ir hasta el 2007 (…) Nos manteníamos arriba de dos años o año y medio para hacer un poco de dinero y venirnos a ver a los hermanos, a la familia, o los hijos, ahora es diferente por la manera de que se cobra más caro; está más difícil el paso”.
La vida de este migrante le dio dólares para gastarlos con mucho orgullo en su pueblo, pero, principalmente, para ofrecerle una mejor vida y futuro a su familia.
“La ilusión fue mi familia, sacarla adelante. Tengo una hija, que es enfermera, tengo un hijo que es ingeniero agrónomo, yo me dedico al campo. Me gustó tanto el campo que no me da fastidio”.
Hoy, tras haber dejado atrás los años de burlar a la “migra”, de las duras jornadas en el campo estadounidense y de la nostalgia por la familia, Pedro acepta que siempre quiso regresar a Ilamacingo, su tierra.
“Extrañaba todo, mi familia, mis amigos, mi tierra, el campo (…) allá el estrés te pega demasiado, no es como la vida que tenemos aquí, que la tenemos libre (…)
“En Ilamacingo tengo mis raíces. Tengo mi infancia y nunca he podido olvidar a mi pueblo, aunque sea como esté, aunque sea como sea; muchas veces decimos: Ilamacingo, mucha pobreza”.
– Si usted pudiera escoger dónde cerrar los ojos, ¿dónde sería?
– Yo, para mí, no hay como mi tierra que es Santa Catarina Ilamacingo.