Mereces el éxito, supera el síndrome del impostor



“Soy un fraude, tengo suerte o alguien me tuvo compasión…”, son algunos de los pensamientos que en ocasiones giran en nuestra mente cuando recibimos algún tipo de reconocimiento, producto de logros profesionales o debido a un talento particular que los demás admiran y nos lo hacen saber.

Es parte de cualquier ser humano dudar de nuestras aptitudes en algún momento, pero, si esto ya es una constante nos enfrentamos al denominado síndrome del impostor.

Se ha investigado y se han escrito numerosos libros y artículos en torno a este cuadro psicológico que en su mayoría afecta a mujeres, y lo anterior, puede deberse en gran parte a la falta de expectativas que tienen algunas sociedades sobre ellas. Aunque, en fechas recientes, los adolescentes de ambos sexos se han visto afectados con pensamientos relacionados con este síndrome.

El término fue acuñado por las psicólogas clínicas Pauline Clance y Suzanne Imes en 1978. No se trata de una enfermedad mental oficialmente reconocida, y no se encuentra entre las condiciones descritas en el manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, pero, ha sido punto de numerosos libros y artículos de psicólogos y educadores.

Juan Pablo Benítez Galván, orientador familiar y politólogo, nos explica en qué consiste el síndrome del impostor.

“Radica en tener ideas, pensamientos y sentimientos de insuficiencia, o de poco reconocimiento de uno mismo, para estar en el cargo o función en el que uno se desempeña, en el contexto de una organización de trabajo. Es decir, una percepción o imagen negativa de uno mismo; es una idea construida por uno mismo, y que uno mismo se ha vendido como cierta, real u objetiva, y a veces hasta inamovible”, advierte.

Las personas con este síndrome se castigan con autocríticas muy duras y jamás reconocen sus logros, tal como el experto lo describe.

Asimismo, Benítez Galván alerta que la presión social e inseguridad, pueden desencadenar otras complicaciones psicológicas:

Sentir “no ser bueno”, o “lo suficientemente bueno”, que “otros son mejores que nosotros”; la descalificación de uno mismo,  enfatizar más los defectos y equivocaciones que las fortalezas y aciertos personales; falsa humildad que se manifiesta cuando alguien te reconoce un logro y lo minimizas (“no fue nada”, “sí, no lo hubiera logrado yo solo”, “pudo haber sido mejor”, o pensar que “alguien más podía hacerlo de mejor manera”…); demasiada autoexigencia o perfeccionismo, que llega a complicar la ejecución de la tarea (puede desembocar en el “burn out” -desgaste profesional- y el desgaste organizacional).

Ante estas amenazas que activan sentimientos y emociones de alerta, se pueden llegar a desarrollar habilidades interpersonales (como lo dicen varias publicaciones) tendientes a hacernos parecer como personas muy competentes para permanecer dentro de las organizaciones.

El orientador familiar, comenta que es una difícil lucha imaginaria.

“Hay mucho de una ‘película’ por la que estas personas sufren más por lo que imaginan, que por lo que en realidad sucede; esto es un factor de salud mental que no se puede dejar a la deriva, porque se trata más de una lucha imaginaria consigo mismo”, comenta.

Las causas que generan este fenómeno son multifactoriales, tal como lo explica el experto:

La primera causa que hay que mencionar es la integración de un fenómeno psicosocial. El mundo, como hoy está configurado, se compone de variables y significados que nos son difíciles de procesar y asimilar, y más aún a la velocidad de cómo se mueve el mundo de las relaciones de trabajo, sociales y económicas, mismas que aterrizan o regresan al mundo individual. Es decir, “yo”, como un constructo (una etiqueta para un conjunto de comportamientos) de lo que socialmente “se espera de mí”: “ser competente”, “ser destacado”, “ser reconocido”, “ser respetado”, “ser admirado”, “ser aprobado”, “ser aceptado”, desde lo cual erróneamente basamos nuestro valor personal y autoestima.

En un nivel más profundo e íntimo (personal), la configuración familiar es la base sobre la cual “yo” he podido integrar mi mundo interior, y los recursos para gestionar todo de mí: emociones, pensamientos, ideas, sentimientos, lo cual, en suma, edifica nuestro autoconcepto y autoestima. Estos últimos, son las condiciones que nos ayudan a decodificar e interpretar lo que sucede fuera de nosotros y el cómo dejamos que nos influyan acerca de nosotros mismos.

Benítez Galván recomienda trabajar en cuatro estrategias que pueden ayudarnos a obtener pensamientos más positivos sobre las aptitudes propias:

  • *Trabajar en mejorar la autoeficacia para ayudar a reforzar el sentimiento de valía.
  • *Practicar la humildad, que está muy mal entendida por muchos; la humildad es lo que soy, ni más, ni menos. Yo, genuino, que soy una propuesta de vida llamada a dar lo que tengo.
  • *Hacer un ejercicio de la Ventana de Johari (cuya finalidad es dar respuesta a cómo son los procesos de interacción humana), te puede ayudar a poner en balance lo que tú ves de ti mismo frente a lo que el mundo externo dice o ve de ti.
  • *Necesitas tener un entorno seguro, con relaciones centradas en la virtud que te acompañen y/o te ayuden a caminar en tu proceso. Estos entornos te pueden guiar a la práctica de la sana comprensión de ti mismo, cuando ni tú mismo te entiendes. Si no lo tienes, acude a una consejería con alguien (un orientador, un sacerdote, un pastor o a terapia con un buen psicólogo).

Finalmente, es comprensible querer superarnos y darlo todo en el trabajo, en el gimnasio, con la familia, con los amigos, permanecer fuertes, sanos y lucir maravillosos. Pero, parte de ser mejor y crecer de manera personal es cometer errores, sufrir caídas y sobre todo intentar una y otra vez hasta aprender la lección.

Asimismo, solicitar ayuda y apoyo con expertos brinda mayor seguridad, lo que permitirá querernos, aceptarnos y reconocer los esfuerzos y los logros cotidianos.

Helen Keller dijo: “El optimismo es la fe que conduce al logro. Nada se puede hacer sin esperanza y confianza”.

Por Adela Ramírez

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