La forma del amor, una planta extinta
Desde hace siglos en la cultura occidental, al menos, hemos relacionado al proceso de enamoramiento con el corazón, sin embargo, este órgano tan solo se encarga de impulsar la sangre a través de los vasos sanguíneos del organismo y no de funciones cognitivas. El hecho de pensar que nos enamoramos con el corazón tiene raíces históricas y culturales.
Para algunos historiadores, esta relación comenzó alrededor del siglo VI a.C., cuando el símbolo que hoy asociamos con el corazón se empleaba para representar a la planta del silfio, utilizada como medicamento, anticonceptivo, perfume y condimento. Para los romanos fue considerada tan valiosa como el oro o la planta. Sin embargo, esta planta tan popular se extinguió y tan solo alcanzó a sobrevivir durante un siglo. Con el tiempo, la forma del corazón se utilizó en ilustraciones religiosas para representar tanto al amor romántico como al amor divino.
Los antiguos médicos egipcios, al observar la red de venas y arterias que salían del corazón y notar que latía más rápido cuando uno se emocionaba, creyeron que las emociones residían en este órgano. Esta idea fue perpetuada por seguidores del médico griego Galeno, quienes consideraban al corazón como el centro de todas las emociones.
En la Edad Media, el símbolo del corazón empezó a asociarse más directamente con el amor romántico, y la primera representación de un corazón en este contexto data del siglo XIII en un manuscrito francés.
Ahora se sabe que la relación entre el amor y el corazón solamente es una mezcla de interpretaciones históricas, simbolismo religioso y comprensión médica antigua que ha perdurado hasta nuestros días.
Lo cierto es que cuando conoces a alguien y te atrae, comienzas a sentir de todo un poco: alegría, ansiedad, desesperación, en fin, distintas emociones. Esto se debe a que las neuronas liberan dopamina en el hipotálamo, un neurotransmisor asociado con la euforia, esto también ocurre al apostar y consumir drogas, por lo que se dice que el amor es adictivo.
Si tus manos sudan y tu corazón late mucho más rápido cuando estás a punto de ver a esa persona que te gusta tanto, se debe a que durante el proceso de enamoramiento tu cerebro envía una señal a la glándula suprarrenal para que segregue: adrenalina, epinefrina y noradrenalina, eso te hace sentir ansias y emoción.
La sensación conocida como ‘mariposas en el estómago’ se debe a que tu cuerpo libera cortisol, una hormona relacionada con el estrés, que contrae los vasos sanguíneos y nos hace sentir como si estuviéramos enfermos.
Todo cambia cuando estamos profundamente enamorados, y compartimos más tiempo con la pareja, el cerebro comienza a liberar oxitocina, una hormona esencial para construir confianza y compromiso con otra persona.
Desde el punto de vista bioquímico, el enamoramiento comienza en la corteza cerebral, para pasa al sistema endocrino y finalmente se transforma en una respuesta fisiológica y en cambios químicos.
Ahora sabes que, cada vez que piensas o miras a ese ser que te hace suspirar se liberan en tu cerebro una serie de neurotransmisores como la adrenalina, dopamina, serotonina, oxitocina o vasopresina.
Todo comienza con una atracción física seguida por una atracción personal. El enamoramiento se dispara cuando existe la sospecha de que podemos ser correspondidos.
Para la ciencia, el amor es un proceso neurológico que se produce en el cerebro e implica a diferentes partes: el hipotálamo, la corteza prefrontal, la amígdala, el núcleo accumbens y el área tegmental ventral. Las reacciones pueden brindar salud al corazón, pero, no, no nos enamoramos con el corazón, aunque el ‘cupido’ de justo en el blanco.
Por: Adela Ramírez
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